Sigo pensando en mi hermana. Lo cual no es noticia. Por ahora pienso en una más de las ridiculeces que trae consigo esta forma de vida que tildamos de humana. Tras la muerte, llegué naturalmente a la fobia antiplanificadora. Eso de vivir para después me resultaba, y resulta aún, completamente estúpido, autodestructivo y común. No sé cuántos años pasé lejos de mi familia. Ciertamente más de los que pasé en el extranjero. Uno puede estar a unos metros y aún así no estar. Me dedicaba a planear y seguir los planes. Todo seguía tal cual debía ser. Cuatro años más y todo sería mejor. Pero no pude contar con cuatro años, ni dos. En realidad uno no puede contar siquiera con quince minutos. Y aún así nos atrevemos a arrastrarnos día con día. Solemos planear para alcanzar una estructura económica, social, cultural e incluso política. Solemos buscar esa estructura para vivir bien. Pero de nada sirve la estructura sin los demás. De nada sirve un departamento para uno sólo. De nada sirve el dinero, ni la comida y menos aún los planes.
Uno pensaría, pues, que habría que olvidar el mañana. Ojalá fuera tan sencillo. Ojalá tuviéramos salida. De nada sirve olvidar el mañana. Imagino fácilmente los resultados de un afán que disgusta de planear, el afán del que gusta de estar aquí y ahora, rodeado de familia y amigos. Todos juntos. Suena muy bien, pero no tiene estructura. Los días soleados serán pocos. La necia maquinaria del quehacer caerá con fuerza sobre sus cabezas. Y entonces el día a día se hace pesado. No hay manera de sostenerlo con las manos. Se va la familia, se van los amigos. Y uno termina, al parecer, igual que el amigo del afán planificador.
Pero entonces qué puede un humilde humano hacer. Se me ocurre no ofrecer recomendaciones. Olvidar el mañana literalmente implica olvidar el día de hoy. Vivir mañana literalmente implica no vivir. Y qué puede uno hacer después de alojar a pensamientos tan sucios, tan oscuros de tan religiosos. Qué puede uno hacer si no asquearse de uno mismo, terminar la frase anterior y poner punto final a una divagación idiota.
Debo confesar que no entiendo a aquellos que alaban tanto la vida humana. Ese resultado de una selección natural ciega a favor de una forma retrógrada de subsistir. Terminemos, pues, con este juego.
¡Buenas noches!