Hoy he pensado un poco en la aceptación completa. Es decir, he pensado en la extraña conducta que resulta de apreciar todo lo que uno hace. Incluyendo, por supuesto, el bolo alimenticio, los jugos gástricos y el excremento. Y es que, pocas veces nos detenemos a observar los trozos cilíndricos de mierda que dejamos flotar a nuestro paso por los escusados. Todos, sin embargo, sentimos la necesidad de asegurarnos de la calidad de la obra. La mirada inspectora, sin embargo, es fugaz y escondida. Como si temiera verse a sí misma observando con placer los resultados de su persona. Que triste rechazo.
Pero, por fortuna, no todos portamos el mismo estandarte autófobo. Se tiene por sabido que hay quienes han logrado cultivar bellamente el arte de la aceptación total. Nosotros, los enemigos de sí mismos, solemos justificar nuestras penas agraviando a los avanzados, esos maestros de la aceptación completa. ‘Sucio’ y ‘enfermo’ son palabras que suelen venir a cuento, cuando no ‘cerdo’, en plena actitud de vilipendio, se trata de ‘escatófilos’ o ‘escatólogos’, palabras que se emplean en relación con la duración temporal de la observación del producto y o con la calidad del intercambio entre creador y obra. Hay maestros capaces de pasar decenas de minutos frente a la obra, como si se tratara de un dibujo escheriano difícil de encuadrar. Los hay también quienes son capaces de intervenir el arte y participan manualmente de la obra, permitiéndose así un compromiso total con la máxima expresión de vida.
Creo yo que no hay razón de alarma. Habría que eliminar la carga patológica que dichas palabras suelen tener. Los maestros de la aceptación completa no son psicópatas ni cerdos. A lo sumo pecan de Narcisismo. Pero éste es un mal que a todos aqueja. Y cabe señalar que el narcisismo de quien se acepta plenamente es mucho más genuino, más ‘de raíz’ (o de víscera, si se prefiere) que aquel que comparte el común de los mortales. Mientras unos (los enfermos) se dan a la tarea de aceptar las consecuencias necesarias y naturales que su propia existencia conlleva, los otros (los sanos) en realidad se dedican al rechazo de su ser mediante la idolatría de una imagen que tienen de sí mismos y que poco corresponde con su realidad.
Nada más real que la propia mierda que a uno le sigue día con día. Dicen algunos budistas que el camino hacia el nirvana comienza con la aceptación completa. El excremento propio es la puerta de entrada. Quien logra cultivarse en la apreciación estética y la relación amorosa con su propia mierda está a un paso de amar al excremento ajeno. Este segundo paso es una muestra de la asunción humana. Pues seguro es que aquél para quien no hay nada más bello que un pedazo de mierda ha logrado la difícil tarea de la eliminación del yo y la consecuente identidad universal.
Comencemos, pues, por el escusado.