Difícil entender al naco. Más difícil: entender la relación del naco con el problema de la imbecilidad. Lo sé porque un amigo muy cercano lo afirmó con cara dura, firme, de esas que no guardan duda tras pestaña. Está por demás decir, que no sólo no lo hace, sino que tampoco puede dejar de no hacer y, más aún, es un deber no dudar del amigo cercano. No dudamos, no podemos dudar y no debemos dudar de ellos. “De otra manera la imbecilidad nos cae encima”, dijo mi amigo, el cercano, con su dura cara y sus pestañas cartesianas. “Ni qué hacer” respondo, con el aire inseguro de quien se dedica a creer en el cercano amigo, de duras pestañas y cartesiana cara.
La explicación del amigo era un tanto compleja, lo admito. Hablaba de mapas mentales, algoritmos semánticos y designadores rígidos. Vocabulario tan inusual que, sin lugar a duda, algo de verdad llevaba. Habló del naco como quien habla de la palma de su mano. Por desgracia, la mano de la palma era la suya. De manera que me fue un tanto difícil entender. Aunque no conozco el por qué y, por ende, no podría explicarlo, creo firmemente que el problema del naco es el de la imbecilidad. Tal y como lo dijo mi duro amigo de dudosa cara y cercanas pestañas. El cartesiano.
“En el fondo” afirmó con ronca voz, “todo es una cuestión de cultura”. “El naco no la tiene, nosotros si.” Así que, concluí fielmente, la cultura es una imbecilidad. Eso que nos deja a nacos, duros, dudosos, cercanos y cejijuntos, por no decir pestañocépticos. “Habría que deshacerse de la cultura” pensé en voz baja y dije en silencio, esperando no perturbar los sapientes razonamientos de mi amigo pestañoso, de quien pocas veces oí hablar y a quien poco conozco. Yo sólo sé que es el cercano, el de la cultura, el ansiosamente firme, de razonamientos bajos y voz oscura. Aquél que no se duda, no se piensa y no se lee. Aquél a quien se sigue con la firmeza de quien cree que llueve al ver llover. Con el detalle de que con el cercano la lluvia de la creencia nunca cae.
“La cultura, he ahí la raíz del naco y la imbecilidad” dijo el naco, cercano, cejijunto sin dudar y con esa voz uránica que tanto acompaña a la verdad. Y yo, humildemente, dije “Sí.”
Wednesday, December 20, 2006
Thursday, December 07, 2006
Tentación (cuatro)
Me duele el brazo derecho. Aquél con el que descansaba Napoleón, con el que juran los mexicanos a su bandera y saludaban Göbels y Himmler al tercer Reich. No sólo. Me duele también el brazo opuesto a aquél con el que lanzaba tirabuzones el Toro de Echohuaquila, con el que señalaba al norte político Fidel Castro, y escribía sin cansancio (se cree) ese gran plagiario de Aristóteles llamado 'Tomás'. Me duele el brazo. Ahora.
Sé muy bien (sospecho) a qué se debe este dolor tan certero. Estoy perdiendo. Se van la energía, la tranquilidad y la distancia. Llevo más de dos días sin burlarme de mi intención de ser un filósofo y hace más de cuatro que no cambio sustancialmente la historia que, sobre mi, me cuento todos los días. Lo que significa que llevo casi cuatro días en un proceso de asfixia autoinfligida.
Lo que diera por ser plomero. Mi reino por la llave de perico, mi reino por un tubo.
Sé muy bien (sospecho) a qué se debe este dolor tan certero. Estoy perdiendo. Se van la energía, la tranquilidad y la distancia. Llevo más de dos días sin burlarme de mi intención de ser un filósofo y hace más de cuatro que no cambio sustancialmente la historia que, sobre mi, me cuento todos los días. Lo que significa que llevo casi cuatro días en un proceso de asfixia autoinfligida.
Lo que diera por ser plomero. Mi reino por la llave de perico, mi reino por un tubo.
Tuesday, December 05, 2006
Soy el PRD no la APPO
El conflicto en Oaxaca comenzó a principios de Mayo de 2006. Siete meses, algunas muertes, archivos judiciales quemados y varios millones de pesos después, algunos nos preguntamos: ¿Si todos son profesores que se manifiestan, entre otras razones, por falta de dinero, cómo mantuvieron siete meses de batalla? Hoy, al fin, tenemos la respuesta.
En su declaración ante la PGR, el (antes) autoproclamado y (ahora) negado líder de la APPO, el ilustrísimo Flavio Sosa Villavicencio, afirmó: "No soy líder de la APPO, soy miembro del PRD". (ver Universal).
Ahora no sólo sabemos quién mantuvo financieramente el movimiento, sino también por qué hay tantas semejanzas entre el procedimiento criminal de la APPO y el de la grosera farsa PRD-AMLO. Está por verse cuántas idioteces más están dispuestos a soportar los amantes de AMLO.
PostData: Confirmado! Viven todos en la misma casa.
En su declaración ante la PGR, el (antes) autoproclamado y (ahora) negado líder de la APPO, el ilustrísimo Flavio Sosa Villavicencio, afirmó: "No soy líder de la APPO, soy miembro del PRD". (ver Universal).
Ahora no sólo sabemos quién mantuvo financieramente el movimiento, sino también por qué hay tantas semejanzas entre el procedimiento criminal de la APPO y el de la grosera farsa PRD-AMLO. Está por verse cuántas idioteces más están dispuestos a soportar los amantes de AMLO.
PostData: Confirmado! Viven todos en la misma casa.
Monday, December 04, 2006
Complicación del sueño
Estudios recientes sobre el sueño me han llevado a un insomnio rampante. La ironía sobra. Esta desgraciaes inevitable. Confieso mi malestar para alertar a otros. Temo, sin embargo, que lo que estoy por escribir acabe con el sueño de los demás.
Este semestre decidí tomar vacaciones. Hace más de dieciseis semanas que no pongo un pie en seminario alguno de filosofía. He dedicado mi tiempo a estudiar el desarrollo cognitivo. Estas vacaciones han resultado difíciles de tragar.La decepción que la filosofía deja, más que desaparecer, se ha incrementado. Ahora sufro una decepción generalizada. No se tiene idea de qué cambio buscar y los caminos ya trazados no permiten dar paso alguno. Estamos estancados.
Pensaba todo esto mientras me acercaba escépticamente a un texto más sobre el desarrollo cognitivo. El día anterior lo pasé escribiendo un trabajo sobre mecanismos de cambio. El sueño me alcanzo antes de que pudiese siquiera leer el título. Eran las doce en punto y mi cabeza era incapaz de sostenerse a sí misma. Dispuse el despertador para celebrar las cinco a.m. del día siguiente. Comienzo de un lunes que presagiaba una semana inmisericorde. Eran las cinco y diez y yo pretendía abrir los ojos en grande para extraer alguna información. El proceso fue lento y doloroso. Los estudiosos describían el proceso de migración celular por medio de la extención en el citoesqueleto actínico en el borde de vanguardia. Se había experimentado con dos películas de células migratorias epiteliales. Los resultados mostraban que el cambio de una representación interna a otra dependía de la colocalización de dos redes de lamelipodio que, por otra parte, no eran sino cinemática, cinética, molecular y funcionalmente distintas redes de actina. Tan distintas ellas que mantenían una distancia no menor a uno y no mayor a tres micrómetros.
No se necesitaba ser un iniciado para reconocer las catastróficas implicaciones del estudio. Era el fin de la historia para el sueño tranquilo y el sueño reconstructor. No más certidumbre para la humanidad. Todo terminaba con aquél artículo de Science, volumen 305, que infamemente comenzaba en la página 1782. Año mismo en que Carlos III habría de recuperar Menorca de manos de los ingleses – tan sólo para perder Gibraltar más tarde – mientras Peter Hjelm descubría el molibdeno, de número atómico cuarenta y dos y de nombre ‘Mo’, metal único de transición y de gran renombre entre biólogos aristotélicos que gustan de reducir la vida a sus esencias metálicas. Todo, evidentemente, se debía a Molibdeno. Mo es el causante de este insomnio rampante que ahora, desde la sombra de las posibilidades patológicas más atroces, aqueja a la humanidad entera.
El hecho mismo de que Mo no tuviese nada que ver con el sueño resultaba inconveniente. La distancia de tres, no uno ni dos, micrómetros generaba un margen de desconexión descomunal. Cuando el reloj marcaba las cinco cuarenta y cinco, número que, no por casualidad, marcaría la conversión del reino visigodo de Iberia al imperio hispano, hazaña que habría de catalizar las intenciones hispanizantes del imperio, metas que, mil quinientos años más tarde (aproximadamente), habrían de encargarse de que yo, ahora, en este mismo instante, escribiese esta terrible confesión en clave castellana, a esa hora, o un poco más tarde, descubrí la terrible conclusión del artículo de Science.
Conclusión que, como advertí, explotaba el descubrimiento de una distancia de tres micrómetros entre distintas redes de actina lamelipódica para concluir, de manera irrefutable, que cada individuo que logra despertar al día siguiente lo hace, si acaso, de manera inexplicable. Despertar y abrir los ojos es, en pocas palabras, un milagro. La gran distancia de tres micrómetros obliga al cerebro a iniciar un proceso autosustentable e infinito de retroalimentación en el que ambas redes actínicas se afectan así par afectar a la otra. En algún momento, y por razones desconocidas, el proceso es terminado abruptamente y a la par. Si una de ambas redes actínicas quedáse encendida las concecuencias serían lamentables. El proceso de cambio y representación interna se aceleraría de manera exponencial llevando al cerebro a un sobrejercicio de sus funciones a tal velocidad que, en no más de diez minutos, acabaría por derretir la materia gris misma.
Escribo estas líneas a las nueve treinta y tres por la mañana. Fecha en la que, ni por asómo, hay evento alguno digno de mencionar. Catalina sigue profundamente encapsulada en el proceso actínico. Temo por ella. Hace más de diez horas que cayó a los brazos de Morfeo. Que aunque no es Mo, seguramente algo tendrá que ver con el Molibdeno. Ha perdido ya su clase de italiano avanzado. Pronto pasaran los seminarios de Rebelión y Musicología y aún así no podré despertarla. Temo que, al hacerlo, una grave incomunicación suceda entre las redes actínicas de manera que los tres micrómetros resulten insalvables. Espero, con gran temor y profunda ansiedad, el momento en que, mágicamente, abra los ojos y comience hablar.
Nunca más podré volver a conciliar el sueño.
Este semestre decidí tomar vacaciones. Hace más de dieciseis semanas que no pongo un pie en seminario alguno de filosofía. He dedicado mi tiempo a estudiar el desarrollo cognitivo. Estas vacaciones han resultado difíciles de tragar.La decepción que la filosofía deja, más que desaparecer, se ha incrementado. Ahora sufro una decepción generalizada. No se tiene idea de qué cambio buscar y los caminos ya trazados no permiten dar paso alguno. Estamos estancados.
Pensaba todo esto mientras me acercaba escépticamente a un texto más sobre el desarrollo cognitivo. El día anterior lo pasé escribiendo un trabajo sobre mecanismos de cambio. El sueño me alcanzo antes de que pudiese siquiera leer el título. Eran las doce en punto y mi cabeza era incapaz de sostenerse a sí misma. Dispuse el despertador para celebrar las cinco a.m. del día siguiente. Comienzo de un lunes que presagiaba una semana inmisericorde. Eran las cinco y diez y yo pretendía abrir los ojos en grande para extraer alguna información. El proceso fue lento y doloroso. Los estudiosos describían el proceso de migración celular por medio de la extención en el citoesqueleto actínico en el borde de vanguardia. Se había experimentado con dos películas de células migratorias epiteliales. Los resultados mostraban que el cambio de una representación interna a otra dependía de la colocalización de dos redes de lamelipodio que, por otra parte, no eran sino cinemática, cinética, molecular y funcionalmente distintas redes de actina. Tan distintas ellas que mantenían una distancia no menor a uno y no mayor a tres micrómetros.
No se necesitaba ser un iniciado para reconocer las catastróficas implicaciones del estudio. Era el fin de la historia para el sueño tranquilo y el sueño reconstructor. No más certidumbre para la humanidad. Todo terminaba con aquél artículo de Science, volumen 305, que infamemente comenzaba en la página 1782. Año mismo en que Carlos III habría de recuperar Menorca de manos de los ingleses – tan sólo para perder Gibraltar más tarde – mientras Peter Hjelm descubría el molibdeno, de número atómico cuarenta y dos y de nombre ‘Mo’, metal único de transición y de gran renombre entre biólogos aristotélicos que gustan de reducir la vida a sus esencias metálicas. Todo, evidentemente, se debía a Molibdeno. Mo es el causante de este insomnio rampante que ahora, desde la sombra de las posibilidades patológicas más atroces, aqueja a la humanidad entera.
El hecho mismo de que Mo no tuviese nada que ver con el sueño resultaba inconveniente. La distancia de tres, no uno ni dos, micrómetros generaba un margen de desconexión descomunal. Cuando el reloj marcaba las cinco cuarenta y cinco, número que, no por casualidad, marcaría la conversión del reino visigodo de Iberia al imperio hispano, hazaña que habría de catalizar las intenciones hispanizantes del imperio, metas que, mil quinientos años más tarde (aproximadamente), habrían de encargarse de que yo, ahora, en este mismo instante, escribiese esta terrible confesión en clave castellana, a esa hora, o un poco más tarde, descubrí la terrible conclusión del artículo de Science.
Conclusión que, como advertí, explotaba el descubrimiento de una distancia de tres micrómetros entre distintas redes de actina lamelipódica para concluir, de manera irrefutable, que cada individuo que logra despertar al día siguiente lo hace, si acaso, de manera inexplicable. Despertar y abrir los ojos es, en pocas palabras, un milagro. La gran distancia de tres micrómetros obliga al cerebro a iniciar un proceso autosustentable e infinito de retroalimentación en el que ambas redes actínicas se afectan así par afectar a la otra. En algún momento, y por razones desconocidas, el proceso es terminado abruptamente y a la par. Si una de ambas redes actínicas quedáse encendida las concecuencias serían lamentables. El proceso de cambio y representación interna se aceleraría de manera exponencial llevando al cerebro a un sobrejercicio de sus funciones a tal velocidad que, en no más de diez minutos, acabaría por derretir la materia gris misma.
Escribo estas líneas a las nueve treinta y tres por la mañana. Fecha en la que, ni por asómo, hay evento alguno digno de mencionar. Catalina sigue profundamente encapsulada en el proceso actínico. Temo por ella. Hace más de diez horas que cayó a los brazos de Morfeo. Que aunque no es Mo, seguramente algo tendrá que ver con el Molibdeno. Ha perdido ya su clase de italiano avanzado. Pronto pasaran los seminarios de Rebelión y Musicología y aún así no podré despertarla. Temo que, al hacerlo, una grave incomunicación suceda entre las redes actínicas de manera que los tres micrómetros resulten insalvables. Espero, con gran temor y profunda ansiedad, el momento en que, mágicamente, abra los ojos y comience hablar.
Nunca más podré volver a conciliar el sueño.
Subscribe to:
Posts (Atom)