Friday, December 23, 2005
una teoría del secreto (o nada es secreto)
Desde lo más íntimo hasta lo más público, los secretos suelen darnos confianza. Confiamos básicamente porque, sea cual sea el secreto, no todo el mundo tiene acceso a él. Hay aquí algunas condiciones que debe cumplir toda teoría del secreto que pretenda ser satisfactoria:
(i) dar cuenta de lo secreto;
(ii) dar cuenta de que lo reprobable no es el conocimiento del contenido secreto;
(iii) dar cuenta del papel central que juegan los secretos entre los humanos; y
(iv) dar cuenta de la confianza que lo secreto suele traer consigo.
Primero, como siempre, una dosis de distinciones: lo secreto no es intrínsecamente secreto. Supongamos que yo, en lo más hondo de mi ser, adoro vivir en Ann Arbor. Sin embargo, como no deseo que mis amigos en la Ciudad de México decidan cortar relaciones conmigo – sabiendo que son tan celosos de su ciudad y su patria – prefiero guardar mis sentimientos y no decirlo a nadie. O, al menos, a casi nadie. Porque, como buen ser humano, no puedo guardar mis sentimientos sin comunicarlos. Mucho menos un sentimiento tan hondo y fuerte como la emoción de vivir en Ann Arbor. Así que, a las primeras de cambio, comunico mis sentimientos con Catalina, cuyo íntimo trato conmigo le impide tomar mis sentimientos como razón para cortar relaciones. De manera que, en cuanto puedo le hago saber a Catalina que adoro vivir en Ann Arbor. Acto seguido exijo secrecía de su parte. Pregunta: ¿cuál es el secreto que Catalina guarda por mi en su cálido y tropical corazón? Respuesta: aquello que sigue a la cláusula que en la oración anterior, es decir, adoro vivir en Ann Arbor. O si se prefiere, para evitar ambigüedades, el secreto es que edu adora vivir en Ann Arbor.
Debemos preguntarnos ahora ¿a qué refiere la frase ‘edu adora vivir en Ann Arbor’? ¿un hecho, una proposición, un conjunto de mundos posibles, etc.? Cualquiera de estas opciones sirve como respuesta, siendo ésta una pregunta por el significado de aquello que es secreto. Podemos plantear esto de otra manera, el que edu adora vivir en Ann Arbor, ¿qué es? Respuesta (asumiendo por hipótesis que es cierto): un hecho – o un estado posible del mundo u lo que sea, para el caso es lo mismo. Lo importante es que, de lo que hablamos es de algo que forma parte del mundo, de la misma manera en que los árboles, las casa, los aviones y los países son parte del mundo. De manera que, el que edu adora vivir en Ann Arbor es tan público como público es el vuelo de un avión o este mismo blog. En consecuencia, aquello que Catalina guarda celosamente en su pecho no es, al menos no por si mismo, algo de acceso privado.
Los secretos, sin embargo, sí son de acceso privado. En otras palabras, el que edu adora vivir en Ann Arbor no tiene la cualidad esencial de aquello que es secreto. ¿Quiere esto decir que Catalina no sabe guardar secretos? No, o al menos no se sigue de mis argumentos. Lo que esto quiere decir es que lo secreto no es lo que Catalina guarda.
¿Qué es, entonces, lo secreto, aquello de acceso privado? Propuesta (humilde como siempre): ser secreto es una propiedad extrínseca de un hecho público como todos los demás, en este caso del hecho de que edu adora vivir en Ann Arbor. Esto implica que el secreto existe única y exclusivamente en la relación que los hablantes guardan con respecto al contenido del secreto y, también obviamente, con respecto a los demás hablantes. En otras palabras, Catalina guarda un secreto si y sólo si ella:
(a) sabe que p (i.e. que edu adora vivir en Ann Arbor);
(b) guarda la relación Ixyp con edu, tal que y (cata) sabe por x(edu) que p; y
(c) guarda la relación Scyp con el resto de los miembros de una comunidad de hablantes, tal que y no comunica que p a c (donde c es la comunidad de hablantes).
Como sea, el punto es que la quintaesencia de un secreto está en las relaciones que los hablantes competentes de una comunidad guardan con respecto a los demás y con respecto a una proposición o un estado de cosas que es, por sí mismo, de acceso público.
Podemos, entonces satisfacer la condición (i) de una teoría satisfactoria del secreto: lo secreto no es aquello que Catalina guarda celosamente en su pecho, lo secreto es el guardar mismo. Mutatis mutandis, aquello que es de acceso privado no es el contenido del secreto sino la relación misma que los secresarios (i.e. quienes guardan el secreto) guardan con respecto al secreto, entre sí y con respecto al resto de la comunidad de hablantes. Ésta es, pues, mi teoría del secreto: lo secreto no es lo guardado sino el guardar.
Esta teoría sobre lo secreto tiene, entre otras, la ventaja de que explica impecablemente porque cuando algún secreto nuestro está en boca de todos, lo que nos enfada no es el que todos hayan extendido su conocimiento sobre el mundo, sino el que alguien en especial no haya guardado esa relación tan esencial del secreto. Así, esta teoría satisface la condición (ii) impuesta a toda teoría del secreto. Si lo pensamos dos veces vemos fácilmente que no es lo guardado lo que nos importa, sino el guardar. Esto, por sí mismo, es de gran importancia, porque no hay más guardar que el mantener esa relación que un grupo exclusivo de personas guarda con respecto al resto del mundo.
Aunque a Catalina le parezca raro, esta teoría también explica por qué el secreto es un elemento esencial de nuestra forma de ser humanos (condición (iii) de satisfacción). En dar y recibir la guarda de secretos establecemos relaciones de exclusividad con los demás. Con los secretos nos distinguimos del resto del mundo. No me sorprendería si fuese posible distinguir grupos de amistades a partir del conjunto de relaciones de guarda secreta que comparten. Incluso al interior de grupos de amigos se forman grupos más pequeños, más íntimos, entre aquellos que guardan aún más incomunicables secretos entre sí. Guardar secretos es una manera, muy eficiente y sutil, de dibujar las líneas entre amigos y desconocidos, entre familiares y extraños, entre relevantes e irrelevantes. Sería incluso interesante construir una teoría de la identidad personal que incluya el secreto.
Lo anterior explica también, de manera muy obvia, qué es lo que tanta confianza inspira de un secreto o de la secrecía (cumpliendo así la cuarta y última condición). He aquí una razón más para creer en mi teoría del secreto. Si creyésemos, por el contrario, en que el secreto es el contenido, lo guardado y no el guardar, entonces la confianza que los secretos generan sería inexplicable. Sería tanto como exigir que a partir de un mero hecho, como el que edu adora vivir en Ann Arbor, brote mágicamente confianza. La confianza, debo decir, no es una propiedad de los hechos. Sin embargo, si creemos, como yo, que el secreto es el guardar, entonces la confianza del secreto resulta fácil de explicar. La explicación, como debiera serlo, resulta muy trivial: los secretos generan confianza simplemente porque los secretos exigen confianza como condición inicial. Siendo que el secreto del secreto está en el guardar y no en lo guardado, para el guardar que el secreto nos exige es necesario que las relaciones Ixyp y Scyp sean satisfechas. El que haya una relación (compleja como vemos) de secrecía supone – y por ello garantiza – el que estas dos relaciones sean satisfechas. Es esa garantía, de inicio exigida, la que nos da confianza. No es sorprendente, pues, que los secretos generen confianza; lo sorprendente sería que no lo hicieran.
Debemos concluir, entonces, que no hay secretos o, mejor aún, que nada es en y por sí mismo un secreto. No hay secretos, nada de acceso restringido que con tanta celosía guardamos en el pecho. Pero esto no es razón de alarma y mucho menos decepción. Más aún, esto es razón de entusiástica perplejidad, pues sea el mundo como sea, adore edu o no el vivir en Ann Arbor, tenemos una fuente frágilmente imperturbable de confianza. Escepticismos a parte, seamos o no cerebros en cubetas, Catalina guarda un guardar en secrecía y nada más. Si lo importante no es lo guardado sino el guardar, habrá que aprender del cómo y ya no tanto del qué.
p.d. yo también te quiero mil peibol!