Canis Dei, Santa Úrsula, diciembre 2015 |
Saturday, December 26, 2015
Saturday, December 12, 2015
Wednesday, December 09, 2015
La Transparencia de las Contradicciones
Las hay de todo tipo. Algunas groseras, otras sutiles. Algunas alarmantes, otras irrisorias. Pero todas cumplen la misma función, delatar. Las más insignificantes son las filosóficas, delatan una mala teoría o un mal razonamiento, nunca algo preocupante. A lo sumo las contradicciones filosóficas, como las de Kant sobre la libertad y la moralidad, o las de Descartes sobre el conocimiento, delatan deshonestidad teórica o autoengaño.
Las más interesantes son, sin duda, las de la vida ordinaria, las contradicciones morales o políticas en las que incurrimos habitualmente. Como cuando decimos que jamás permitiremos que B suceda, para acto seguido pasar a apoyar la causa de B. O cuando vilipendiamos a fulanito en su ausencia, pero almorzamos felizmente con él todos los días. Estas contradicciones son más atractivas, porque delantan faltas de carácter, de maduración personal y hasta ignorancia sobre uno mismo. Cuando uno se enfrenta a estas contradicciones encuentra la extraña posibilidad de dar un paso a lado y comenzar a ser alguien distinto. Ya sea porque se aleja uno de la fuente de la contradicción o porque descubre que en el fondo sólo está del lado de uno de los cuernos de la contradicción.
El espectáculo tragicómico que enarbola hoy día la política Argentina nos ofrece una de las contradicciones más atractivas. Los diputado de la oposición, como bloque, han decidido no asistir a la ceremonia de juramento del presidente electo cuyo mandato comienza el día de mañana. Sus razones son simples: la presidente saliente les "ordenó" no asistir. Contrario a lo que uno pensaría, ellos no representan a los votantes, sino a la presidente saliente. Así que no asistirán. Esta es una perla del fenómeno, pero la gran contradicción está en otra parte.
No es la primera vez que los diputados opositores se niegan a participar en la ceremonia de asunción de un presidente entrante. En México sucede casi cada seis años. Pero hay una gran, inmensa, diferencia. No es por defender a los diputados mexicanos, ellos son expertos en otro tipo de parafernalia tragicómica, pero es cierto que quienes se niegan a asistir lo hacen previo rechazo a las elecciones que dieron por electo al presidente rechazado. Es decir, para los diputados opositores faltistas mexicanos lo que los justifica es su opinión (personal o de bloque) de que las elecciones fueron fraudulentas.
Esto no sucede en la tragicomedia rioplatense. Acá los diputados opositores aceptan a pie juntillas los resultados de las elecciones democráticas que dieron por ganador, y fijaron como presidente electo, al presidente entrante cuya ceremonia de asunción deciden boicotear. No obstante, la presidenta saliente les ordenó ausentarse. Esta es la linda contradicción tragicómica de los diputados opositores de la Argentina. Aceptan, por un lado, que hubo elecciones democráticas legítimas y que el legítimo ganador es el presidente entrante quien jura el día de mañana. Rechazan, por otro lado, ser parte de la ceremonia de asunción democrática en el congreso cuya función principal es la de coronar el proceso que ellos mismos han reconocido como legítimo.
La contradicción es flagrante y lo que delata es jugoso. No se trata de un problema de carácter, ni de un mal razonamiento. Me atrevo a decir que tampoco hay deshonestidad ni autoengaño. Hay, eso sí, una oportunidad dorada para esos diputados de elegir madurar y girar, moverse. En el fondo, lo que esta contradicción delata es una muy clara concepción de la política argentina. Según su entender, la política es el poder y el poder es indivisible. No hay tres poderes, hay uno. La democracia no es más que un teatro, una puesta en escena, para ejercer con soltura el poder. Aceptar elecciones democráticas como legítimas es poco más que lanzar un aplauso en el segundo o tercer acto de una obra teatral. La política no es eso y el poder no está ahí. El poder es uno e indivisible, una propiedad pura e intrínseca que una sola persona tiene, por naturaleza, en aquel reino del sur. Esa persona es ni más ni menos que la presidente saliente, que no por salir pierde su propiedad esencial de ser la encarnación misma de lo político y del poder.
No sorprende que representen a la presidente por encima de cualquier cosa. Como tampoco sorprenderá que la gente que aprecia el "teatro" democrático se encargue de sacarlos de escena, tarde o temprano.
Las más interesantes son, sin duda, las de la vida ordinaria, las contradicciones morales o políticas en las que incurrimos habitualmente. Como cuando decimos que jamás permitiremos que B suceda, para acto seguido pasar a apoyar la causa de B. O cuando vilipendiamos a fulanito en su ausencia, pero almorzamos felizmente con él todos los días. Estas contradicciones son más atractivas, porque delantan faltas de carácter, de maduración personal y hasta ignorancia sobre uno mismo. Cuando uno se enfrenta a estas contradicciones encuentra la extraña posibilidad de dar un paso a lado y comenzar a ser alguien distinto. Ya sea porque se aleja uno de la fuente de la contradicción o porque descubre que en el fondo sólo está del lado de uno de los cuernos de la contradicción.
El espectáculo tragicómico que enarbola hoy día la política Argentina nos ofrece una de las contradicciones más atractivas. Los diputado de la oposición, como bloque, han decidido no asistir a la ceremonia de juramento del presidente electo cuyo mandato comienza el día de mañana. Sus razones son simples: la presidente saliente les "ordenó" no asistir. Contrario a lo que uno pensaría, ellos no representan a los votantes, sino a la presidente saliente. Así que no asistirán. Esta es una perla del fenómeno, pero la gran contradicción está en otra parte.
No es la primera vez que los diputados opositores se niegan a participar en la ceremonia de asunción de un presidente entrante. En México sucede casi cada seis años. Pero hay una gran, inmensa, diferencia. No es por defender a los diputados mexicanos, ellos son expertos en otro tipo de parafernalia tragicómica, pero es cierto que quienes se niegan a asistir lo hacen previo rechazo a las elecciones que dieron por electo al presidente rechazado. Es decir, para los diputados opositores faltistas mexicanos lo que los justifica es su opinión (personal o de bloque) de que las elecciones fueron fraudulentas.
Esto no sucede en la tragicomedia rioplatense. Acá los diputados opositores aceptan a pie juntillas los resultados de las elecciones democráticas que dieron por ganador, y fijaron como presidente electo, al presidente entrante cuya ceremonia de asunción deciden boicotear. No obstante, la presidenta saliente les ordenó ausentarse. Esta es la linda contradicción tragicómica de los diputados opositores de la Argentina. Aceptan, por un lado, que hubo elecciones democráticas legítimas y que el legítimo ganador es el presidente entrante quien jura el día de mañana. Rechazan, por otro lado, ser parte de la ceremonia de asunción democrática en el congreso cuya función principal es la de coronar el proceso que ellos mismos han reconocido como legítimo.
La contradicción es flagrante y lo que delata es jugoso. No se trata de un problema de carácter, ni de un mal razonamiento. Me atrevo a decir que tampoco hay deshonestidad ni autoengaño. Hay, eso sí, una oportunidad dorada para esos diputados de elegir madurar y girar, moverse. En el fondo, lo que esta contradicción delata es una muy clara concepción de la política argentina. Según su entender, la política es el poder y el poder es indivisible. No hay tres poderes, hay uno. La democracia no es más que un teatro, una puesta en escena, para ejercer con soltura el poder. Aceptar elecciones democráticas como legítimas es poco más que lanzar un aplauso en el segundo o tercer acto de una obra teatral. La política no es eso y el poder no está ahí. El poder es uno e indivisible, una propiedad pura e intrínseca que una sola persona tiene, por naturaleza, en aquel reino del sur. Esa persona es ni más ni menos que la presidente saliente, que no por salir pierde su propiedad esencial de ser la encarnación misma de lo político y del poder.
No sorprende que representen a la presidente por encima de cualquier cosa. Como tampoco sorprenderá que la gente que aprecia el "teatro" democrático se encargue de sacarlos de escena, tarde o temprano.
Thursday, December 03, 2015
Lenguaje
Cada vez me convenzo más de que lo más importante del lenguaje no es lo que decimos ni lo que esto significa, mucho menos lo es el valor de verdad asociado. Lo más importante es lo que está detrás de esas palabras. No me refiero a lo que callamos, sino a todo eso que acompaña nuestras palabras. Me refiero a las creencias no dichas que se explicitan al hablar, a los gestos, al tono, las miraddas, el momento, todo aquello que no es, estrictamente hablando, lingüístico.
Piglia tiene una manera clara de denotar aquello extralingüístico que da sustento al lenguaje:
"Hablar por teléfono y conectarse, entonces, con una voz sin cuerpo es un ejercicio muy interesante; al no ver los gestos y las expresiones del interlocutor, uno puede con toda tranquilidad tergiversar el sentido de lo que escucha. Lo mejor sería hablar frente a un espejo y ocuparse uno de hacer los gestos y asumir las expresiones que acompañan las palabras que escuchamos. Cuando hablo, en cambio, me siento lanzado hacia adelante y no sé nunca dónde voy a llegar; cuando, como recién, logro ser preciso y eficaz, tengo de inmediato una sensación de alegría, porque parece que el lenguaje hubiera funcionado a la perfección." Los Cuadernos de Emilio Renzi
Hay algo más que señala Piglia como si fuera trivial, pero no lo es. Se trata de la idea de que la mejor comunicación es la de un hablante consigo mismo. Esto se debe, aventura Piglia, a que uno sólo puede ver los esenciales gestos a través del espejos, sino que también puede percibir los estados internos, el sentido que se intenta comunicar, en todo lo que se dice.
Esta no es sino una confesión de internismo cartesiano. Piglia supone, junto con casi todo occidente que tiene a bien ser educado por Descartes, que las personas tienen un acceso privilegiado a sus propios estados internos, un acceso que los demás no tienen por no ser estados internos a ellos mismos. Esta presunción se ha falsificado una y mil veces. Ejemplos cotidianos que hablan en contra abundan y la exitosa historia del psicoanálisis y la psicoterapia, que a tantas personas ayuda a encontrar paz consigo mismos, lo demuestra.
Pero además de internismo, Piglia ofrece también una muestra de fundacionismo igualmente cartesiano. Pues sólo tiene sentido pensar que el mejor diálogo es el monólogo ante el espejo, en virtud de que la persona que escucha tiene acceso inmejorable al sentido de la persona que habla, si se asume que hay algo así como el sentido fijo de las palabras que usa la persona que habla. Sólo si creemos que hay un significado completo, plenamente determinado, que sirve como base a las palabras que usaremos, tiene sentido afirmar que quien habla sabe más o mejor que el que escucha sobre lo que se dice.
Pero, ¿qué pasará si el lenguaje no funciona de esta manera? ¿No podría ser que el hablante no tenga mejor acceso a sus estados internos, a sus intenciones, que el que escucha? ¿No podría ser, también, que no hay significados completos más allá de los que se determinan en cada conversación? Si la práctica lingüística es, como señala Lewis, el resultado de una convención de honestidad y confianza en un lenguaje como el español, entonces no hay lugar para una visión representacional del lenguaje. Sólo nos queda pensar en el lenguaje como herramienta de coordinación.
Piglia tiene una manera clara de denotar aquello extralingüístico que da sustento al lenguaje:
"Hablar por teléfono y conectarse, entonces, con una voz sin cuerpo es un ejercicio muy interesante; al no ver los gestos y las expresiones del interlocutor, uno puede con toda tranquilidad tergiversar el sentido de lo que escucha. Lo mejor sería hablar frente a un espejo y ocuparse uno de hacer los gestos y asumir las expresiones que acompañan las palabras que escuchamos. Cuando hablo, en cambio, me siento lanzado hacia adelante y no sé nunca dónde voy a llegar; cuando, como recién, logro ser preciso y eficaz, tengo de inmediato una sensación de alegría, porque parece que el lenguaje hubiera funcionado a la perfección." Los Cuadernos de Emilio Renzi
Hay algo más que señala Piglia como si fuera trivial, pero no lo es. Se trata de la idea de que la mejor comunicación es la de un hablante consigo mismo. Esto se debe, aventura Piglia, a que uno sólo puede ver los esenciales gestos a través del espejos, sino que también puede percibir los estados internos, el sentido que se intenta comunicar, en todo lo que se dice.
Esta no es sino una confesión de internismo cartesiano. Piglia supone, junto con casi todo occidente que tiene a bien ser educado por Descartes, que las personas tienen un acceso privilegiado a sus propios estados internos, un acceso que los demás no tienen por no ser estados internos a ellos mismos. Esta presunción se ha falsificado una y mil veces. Ejemplos cotidianos que hablan en contra abundan y la exitosa historia del psicoanálisis y la psicoterapia, que a tantas personas ayuda a encontrar paz consigo mismos, lo demuestra.
Pero además de internismo, Piglia ofrece también una muestra de fundacionismo igualmente cartesiano. Pues sólo tiene sentido pensar que el mejor diálogo es el monólogo ante el espejo, en virtud de que la persona que escucha tiene acceso inmejorable al sentido de la persona que habla, si se asume que hay algo así como el sentido fijo de las palabras que usa la persona que habla. Sólo si creemos que hay un significado completo, plenamente determinado, que sirve como base a las palabras que usaremos, tiene sentido afirmar que quien habla sabe más o mejor que el que escucha sobre lo que se dice.
Pero, ¿qué pasará si el lenguaje no funciona de esta manera? ¿No podría ser que el hablante no tenga mejor acceso a sus estados internos, a sus intenciones, que el que escucha? ¿No podría ser, también, que no hay significados completos más allá de los que se determinan en cada conversación? Si la práctica lingüística es, como señala Lewis, el resultado de una convención de honestidad y confianza en un lenguaje como el español, entonces no hay lugar para una visión representacional del lenguaje. Sólo nos queda pensar en el lenguaje como herramienta de coordinación.
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