Comienza con una oración corta. Contundente. Pocos adjetivos. Busca atrapar la atención del lector. Pero también, no lo olvida, busca guardar palabras. Evitar la excesiva extensión del negro sobre blanco. No quiere perder el tiempo. Pero tampoco quiere perder su idea. La atrapa a cada espacio. Que no se escape. Cada palabra es un riesgo. Puede acercarlo o alejarlo de su meta. Es un texto limitado. No puede darse el lujo de distraerse con fruslerías.
Suele continuar con un poco de historia. Historieta. Quizás. Contexto. Colores, olores. Que no haya sorpresas. El lector debe entender bien a bien la fuerza, la ira, el motivo, el argumento. No hay tal cosa sin historieta. Así que se empeña en encontrar lo trozos de pared, de pasto, de viento, todo lo necesario pero nunca más que eso. Lo necesario. Para hacer la historieta, digamos, atractiva. Para hacer el texto, se espera, comprensible. No dar de más. Su máxima. Es un texto limitado. No puede darse el lujo de caer en excesivas descripciones, demasiado color, demasiada palabrería. Los textos también buscan limpiarse de si mismos.
Pasa después al punto. O al camino que lleva al punto de alguna manera. Lo más directa posible. Da una vuelta por aquí y un requiebre por allá. Siempre hay novedades. La imaginación es del todo impredecible. ¿Cómo saber de antemano si corresponde defensa, amparo o auxilio y no más bien justificación, alegato, demostración o simplemente disculpa? ¿Quién iba a pensar que en lugar de naufragio, varada y hundimiento habría más bien que proponer zozobrar, volcar e incluso abismar? Aunque es un texto limitado, no puede darse el lujo de saberse escrito para luego escribirse. Ha de encontrarse lentamente en cada esquina. Cada punto.
Si bien le va, llega, eventualmente, al punto. O de plano, se suicida. Porque es un texto limitado. Si no alcanza el punto simplemente no existe. Una vez que lo alcanza, digamos, por fortuna, no lo suelta. Lo subraya con fruición. Una o dos veces. Con dos o tres miradas distintas. Para que asiente. Pues la historieta, el argumento y los requiebros inesperados han pasado ya al olvido. Pues el punto es realmente lo único que importa. Llegados al punto lo demás casi estorba. Es este punto el que le hace pensar al texto que podría ser mucho menos de lo que es. Se tuerce sobre si mismo pensando que sólo habría de ser un punto. Su punto. El punto. Es un texto limitado. No puede darse el lujo de ser más que eso.
El punto.
Concluye así su intervención. Como texto, qué mejor texto que el punto mismo y sólo y ya.
Y punto.