En ocasiones busco los títulos por oído. Como si el tema lo dictara el sonido. No es que no sepa bien de qué pienso hablar. Sé, al menos, suficiente. Aún así, el nombrar resulta ser siempre arbitrario. No parece requerir explicaciones. Causas hay, siempre. ¿Por qué no simplificarlo todo? ¿Por qué no escribir de ballenas sin que se oiga el mar? El tema está ahí, siempre. Ese mar profundo. Esa duda. La duda. Incertidumbre, temor, pena, intranquilidad. Todo.
Y comienzo. Hace casi cuatro años decidí emigrar. Aunque, en realidad, ponerlo así es un poco engañoso. Da una impresión de comprensión que nunca existe. Lo que decidí, realmente, fue hacer algo que desconocía. Después de cuatro años me permito narrar una vez más la historia. La llamo migración, no quiero llamarla exhilio (he ahí otra decisión).
Hace unos días tuve la fortuna de volver al centro. Extrañamente, aunque en realidad no tanto, el centro no es el mismo. Me rodean las mismas emociones, la misma amistad, la misma confianza que tenía antes de partir. Pero no las mismas personas. Al parecer he cambiado lo suficiente para encontrar otro centro. Me siento tranquilo.
De jueves a domingo participé en la primer conferencia profesional de mi carrera. Todo lo anterior fue sólo un juego. Y aunque en realidad todo es igual, mi actitud ha cambiado. Acepto lo que soy y lo que hago. Me gusta. Me apasiona. Reconozco mi inmadurez y recibo plenamente mi ignorancia. Ahora, sin embargo, no hay ansiedad. Ya tendré tiempo para madurar y deshacerme de confusiones. Ya vendrán más aventuras.
Hace cuatro años decidí también el lugar. Con la misma ignorancia y la misma aventura. El lugar resultó no ser ideal. Las relaciones fueron complicadas y por ello mismo ventajosas. Todo parece indicar que he sobrevivido una prueba innecesariamente complicada. Tiene sus ventajas. No obstante, ayer reviví directamente mi ceguera. Un admirable profesor ha acompañado mis pasos desde ya hace años. Cuatro años pasaron antes de encontrarlo, una vez más, en el camino. Me recordó que seguía esperándome. Recordé el error en mi decisión. Ahora que tengo más información, tal vez pueda decidir mejor. Ha dejado una sonrisa en mi rostro.
A veces me cuesta trabajo aprender de mi mismo. Pienso bastante y hablo más de lo que pienso. Inevitablemente digo tonterías. Pero en ocasiones, raras, lo sé, suelo escupir consejos y estrategias útiles. Por desgracia yo mismo no presto oídos a lo que digo. Tal vez esté mal acostumbrado a escuchar más información prescindible que otra cosa. En fin. Demasiado contexto. Lo cierto es que llevo cuatro años trabajando para un proyecto desconocido y me tranquiliza pensar que al fin tengo cierta idea de lo que estoy haciendo. No se trata de encontrar, si quiera, la historia más satisfactoria. Pretender acercarse a la verdad, y no la verdad misma, no es arrogancia ni pedantería. Es un simple error de método. Como buscar la cura para el cáncer en una enciclopedia. Si la filosofía es lo que hacen mis profesores y amigos, entonces consiste en algo más. Algo bastante distinto.
Sospecho, ahora, que la filosofía lleva una descripción laboral que no compagina de manera obvia con su comportamiento. Se busca la respuesta adecuada a problemas complicados. Pero lo que se hace, a final de cuentas, es ofrecer historias interesantes con beneficios fundamentalmente estéticos para su realizador. Llevo meses pensándolo. Creo estar decidido a llevarlo a cabo. No habré de hacer más que lo que mate el aburrimiento de la manera más eficaz. La historia satisfactoria no será sino la que resulte más interesante, más atractiva, más provocativa, menos normal, menos sensata.
Habrá que dejar de pensar que uno piensa mucho lo que hace, para comenzar a aceptar que uno siente más de lo que cree.