Casado estoy. Como es natural, intento describirme. Comienzo por reconocer mi ignorancia. No sé lo que sea el matrimonio. Pero me aventuro. Busco un acercamiento.
Sospecho que, ante todo, es una apuesta doble. Es un presagio de dos rostros. El inconveniente y abierto futuro, como el pasado, será sorteado a dos manos. Con problemas, quizás. Pero sorteado al fin.
La apuesta es reflexiva. Obviamente. Como toda nave sobre el mar, apuesta al mar, apuesta a la nave. Que el mar no sea brutal y que la nave no pierda el centro, que no se haga mar.
Cabe preguntarse, estando en esta empresa, ¿cómo habremos de lograr tal hazaña? La respuesta es obvia. Simple. Y un poco desgastada. Pero sigue siendo la respuesta. Con amor, supongo. Qué sea esto, no lo sé. Llevo poco tiempo averiguando. Veo que no hay definición, a lo más uno que otro acercamiento. Por lo que entiendo, es, al menos, una actitud dirigida con demandas peculiares: flexibilidad mental, apertura doxástica, deseo sustancial y cambiante, a los diferentes aspectos de la persona, y fijo, a la misma persona. Todos ellos sobre el límite. De nada sirve la flexibilidad mental si no es capaz de doblar sus propio límites. De nada la apertura, si cierra sus límites, por amplios que sean. ¿Y qué se dirá del deseo? Un deseo que no desea más es un deseo suicida. La apuesta se formula simple: que haya suficiente amor.
Pero la apuesta es doble. La nave apuesta al mar y a sí misma.
Que haya suficiente amor y que el amor sea suficiente.
Monday, May 26, 2008
Friday, May 09, 2008
Silencio (18)
Hace tiempo que no escribo. Ahora me detengo. Lo pienso. Lo debo. Hay cosas que debo confesar, reconocer. Estoy de vuelta en la ciudad. El lugar de mi pasado, lugar de mi infancia, lugar del recuerdo, lugar de ausencias. Todo está en su lugar. Las olas en el pavimento, las rocas fuera de lugar, la imprudencia al conducir, la contaminación. Todo. En su lugar.
Inevitablemente llega el vértigo. No todo está en su lugar. Mi casa ya no existe. La ocupan inquilinos lo suficientement insensibles para vivir ahí. Mi familia ya no está. Soy huérfano. Pero ahí sigue la ciudad. Siguen las personas del pasado como si andaran por ahí mismo, por el pasado; recordándome paso a paso, doblándome, quebrándome.
Estoy a punto de casarme con la persona que ilumina mis días, la pareja de mi vida, la única fuente de amor que me mantiene con vida. Y sufro. Lloro como un niño, ofuscado porque ha perdido de vista a sus padres a media plaza. No es temor. No es angustia. Es pena. Es dolor. Es rabia. Porque estoy solo. Porque partieron antes de todo. Al mero comienzo de la historia. Cuando todo era un preámbulo. Se fueron.
Siempre he pensado que los excesos se encuentran y que la fortuna no es la excepción. La demasiada buena suerte, como la demasiada mala suerte, sólo corresponde a las personas ilustres y distinguidas. (Aunque sea tan sólo por su suerte). No me considero ilustre ni distinguido. Por eso suelo creer que todo esto no me ha pasado a mí sino a alguien más. Estoy en busca de esa persona, para escupirla, para aplastarla y destruírla. Aquél ilustre malaventurado de quien no quiero saber más. Ese alguien más, el responsable. Ese alguien más, quien debe sufrir estas consecuencias tan perceptibles. Y no lo encuentro.
Y no lo encuentro.
Inevitablemente llega el vértigo. No todo está en su lugar. Mi casa ya no existe. La ocupan inquilinos lo suficientement insensibles para vivir ahí. Mi familia ya no está. Soy huérfano. Pero ahí sigue la ciudad. Siguen las personas del pasado como si andaran por ahí mismo, por el pasado; recordándome paso a paso, doblándome, quebrándome.
Estoy a punto de casarme con la persona que ilumina mis días, la pareja de mi vida, la única fuente de amor que me mantiene con vida. Y sufro. Lloro como un niño, ofuscado porque ha perdido de vista a sus padres a media plaza. No es temor. No es angustia. Es pena. Es dolor. Es rabia. Porque estoy solo. Porque partieron antes de todo. Al mero comienzo de la historia. Cuando todo era un preámbulo. Se fueron.
Siempre he pensado que los excesos se encuentran y que la fortuna no es la excepción. La demasiada buena suerte, como la demasiada mala suerte, sólo corresponde a las personas ilustres y distinguidas. (Aunque sea tan sólo por su suerte). No me considero ilustre ni distinguido. Por eso suelo creer que todo esto no me ha pasado a mí sino a alguien más. Estoy en busca de esa persona, para escupirla, para aplastarla y destruírla. Aquél ilustre malaventurado de quien no quiero saber más. Ese alguien más, el responsable. Ese alguien más, quien debe sufrir estas consecuencias tan perceptibles. Y no lo encuentro.
Y no lo encuentro.
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