Ya son casi cinco meses. En sentido estricto, pasado mañana serán veintiún semanas. Todo este tiempo que llevo cargando en el pecho, en las pestañas, en los tejidos que no los músculos sino los tejidos que sostienen los músculos, esos pequeños hilos de acidez que recorren el cuerpo en su parte superior principalmente. Todo ese tiempo en que siguen corriendo la rabia y sus lágrimas, la negación sintáctica que se apila una sobre otra, con más peso cada vez, con más dolor en cada ocasión, un peso duplicado sobre sí mismo, un peso insoportable, una rabia interminable, una tristeza inmisericorde sin fin, sin meta, sin consuelo. Este domingo será uno más en luto, uno más de gris, de todos los cientos de domingos ya, que habré cargar en la espalda, rostro y pupilas. Seguiré soñando con una conversación telefónica frustrada.
Veo con curiosidad que hace seis semanas no escribía así. Dentro de algunos años, quizás, vuelva a ver con curiosidad algo completamente similar. Sin duda.