Ya son casi cinco meses. En sentido estricto, pasado mañana serán veintiún semanas. Todo este tiempo que llevo cargando en el pecho, en las pestañas, en los tejidos que no los músculos sino los tejidos que sostienen los músculos, esos pequeños hilos de acidez que recorren el cuerpo en su parte superior principalmente. Todo ese tiempo en que siguen corriendo la rabia y sus lágrimas, la negación sintáctica que se apila una sobre otra, con más peso cada vez, con más dolor en cada ocasión, un peso duplicado sobre sí mismo, un peso insoportable, una rabia interminable, una tristeza inmisericorde sin fin, sin meta, sin consuelo. Este domingo será uno más en luto, uno más de gris, de todos los cientos de domingos ya, que habré cargar en la espalda, rostro y pupilas. Seguiré soñando con una conversación telefónica frustrada.
Veo con curiosidad que hace seis semanas no escribía así. Dentro de algunos años, quizás, vuelva a ver con curiosidad algo completamente similar. Sin duda.
Friday, June 15, 2007
Tuesday, June 05, 2007
No se sabe de qué se aburre
Es una desgracia completa la vacuidad del hastío. En ocasiones puede llegar a ser fatal. A diferencia de otros estados mentales, como la creencia, el deseo y la pasión, el aburrimiento carece de contenido. No se sabe de qué se aburre. No hay algo en el mundo de lo cual uno se aburra. Por mucho que se diga, por muy maldito que sea el poeta, generar aburrimiento o hastío no es propiedad alguna, de objeto alguno, en mundo alguno. Por mucho que uno desee que así sea, no hay contenidos del hastío. Uno no se aburre acerca de los árboles ni de los mares, tampoco se aburre sobre las novelas, ni con respecto a la fenilketonuria que al aburrimiento, en el lóbulo frontal, habría de controlar. No tampoco es de ello. El aburrimiento no es sobre nada, porque todo, absolutamente todo, es aburrimiento. El hastío es por consiguiente, y en verdad, un estado simpliciter. Uno, simple y llanamente, se aburre.
Lo cual resulta profundamente desagradable para dos tipos de personas. Para las personas sin más, es decir, sin apellidos, que sufren en su humanidad las inclemencias del hastío; pero también para otras, esas sí con apellido, que gustan de creer que la conducta humana se explica a partir de contenidos mentales. Para los primeros, los sin nombre, es una desgracia a secas, sin apellidos por igual. La desgracia consiste en que, a diferencia del miedo, el placer y el deseo, la falta de contenido del hastío se traduce en una falta de soluciones. Piénses, por ejemplo, en los helados. Quien tema, se complazca o desee un helado, sabrá muy bien que evitar o frecuentar. Pero quien se hastía así sin más no sabrá bien qué hacer. De nada le servirá evitar o frecuentar la heladería, ni la zapatería y mucho menos la librería. De lo cual resulta evidente y necesario que cuando no se es sobre algo o acerca de algo, no se tiene solución ni medio alguno. Y si se es problema, se es, entonces, problemón. Punto.
Para los demás, con apellido, como Fodor y amigos, el problema resulta tener apellidos. Es un problema teórico y por tanto fácil de presentar. Si los estados mentales son causas internas de la conducta humana, es porque esos estados internos tienen por contenido algo externo, dando así lugar al movimiento. ¿Qué pasa, sin embargo, con el misterioso hastío? Hacemos muchas cosas por hastío. Este texto es prueba irrefutable de ello. ¿Cómo explicar esta acción a partir de un estado interno sin contenido alguno? “Porque estaba hastiado” es tan buena explicación de “se puso a escribir” como de “se dedicó a pisotear hormigas” o, por qué no, “encontró una infinita pasión por las partículas macroscópicas e incomprendidas que polulan las superficies de los escritorios del mundo los martes a eso de las dieciocho, hora de Greenwich.”
No hay manera de explicar lo que hacemos por hastío. Y aún así todo lo destacado, o casi todo, se ha hecho por hastío. El hastío no es perfecto. Sin duda que también muchas porquerías se han logrado con el hastío. Como ésta que ha logrado llegar a su final.
Lo cual resulta profundamente desagradable para dos tipos de personas. Para las personas sin más, es decir, sin apellidos, que sufren en su humanidad las inclemencias del hastío; pero también para otras, esas sí con apellido, que gustan de creer que la conducta humana se explica a partir de contenidos mentales. Para los primeros, los sin nombre, es una desgracia a secas, sin apellidos por igual. La desgracia consiste en que, a diferencia del miedo, el placer y el deseo, la falta de contenido del hastío se traduce en una falta de soluciones. Piénses, por ejemplo, en los helados. Quien tema, se complazca o desee un helado, sabrá muy bien que evitar o frecuentar. Pero quien se hastía así sin más no sabrá bien qué hacer. De nada le servirá evitar o frecuentar la heladería, ni la zapatería y mucho menos la librería. De lo cual resulta evidente y necesario que cuando no se es sobre algo o acerca de algo, no se tiene solución ni medio alguno. Y si se es problema, se es, entonces, problemón. Punto.
Para los demás, con apellido, como Fodor y amigos, el problema resulta tener apellidos. Es un problema teórico y por tanto fácil de presentar. Si los estados mentales son causas internas de la conducta humana, es porque esos estados internos tienen por contenido algo externo, dando así lugar al movimiento. ¿Qué pasa, sin embargo, con el misterioso hastío? Hacemos muchas cosas por hastío. Este texto es prueba irrefutable de ello. ¿Cómo explicar esta acción a partir de un estado interno sin contenido alguno? “Porque estaba hastiado” es tan buena explicación de “se puso a escribir” como de “se dedicó a pisotear hormigas” o, por qué no, “encontró una infinita pasión por las partículas macroscópicas e incomprendidas que polulan las superficies de los escritorios del mundo los martes a eso de las dieciocho, hora de Greenwich.”
No hay manera de explicar lo que hacemos por hastío. Y aún así todo lo destacado, o casi todo, se ha hecho por hastío. El hastío no es perfecto. Sin duda que también muchas porquerías se han logrado con el hastío. Como ésta que ha logrado llegar a su final.
Psychology and Philosophy
There are many topics within philosophical discussion. One can even distinguish them for their relevance in different areas of research. Some are relevant for political theory and political science, some for sociology, others for literary and film theory, and some for psychology. It is the last of these that I am interested in. I want to know how humans cognize their environment. Typically, this is understood within the broad study area of Philosophy of Mind. The question is wide. It may even involve some biology, depending on the standpoint. My present worry, however, does not concern the relevance of philosophical discussions within theory of mind. Rather, I am worried about the philosophy-psychology relation itself. How, if at all, are we supposed to cash out the psychological data in philosophical terms?
One way to do this, the one I can imagine (at least), is to assume that all philosophical claims depend upon implicit or explicit assumptions about human psychology. Thus, I tend to think that ANY philosophical theory of, say, perception or perceptual content, MUST fit in the evidence from psychological studies. I know of, at least, three ways of attacking this claim.
One possible attack comes from the hardcore narrow-minded philosopher. According to her, whether or not philosophy meets the psychological data is, at best, a matter of coincidence. Thus if, say, a Cartesian theory of knowledge comes out to be psychologically non-sense, still there might be some room for it within the altar of philosophy. I think this view is either too arrogant, or too humble. In both cases, it turns out to be useless.
Another possible attack comes from the hardcore separatist. According to her, philosophy and psychology split. One is concerned with psychological facts, the latter with logical facts. Thus, when we wonder whether Descartes theory is correct, we wonder whether it is logically consistent. And it might be logically consistent even if psychologically impossible. One reply to this, the one I have to offer, is to demand that the subject matter be determined. It might very well be (though I doubt it) that logical and psychological questions split at some point. Nevertheless, if both philosophers and psychologists are wondering about the same subject matter (i.e., how humans cognize their environment), it better be that their answers are consistent with each other.
Finally, a third attack comes from fans of philosophical prior. According to her, philosophy is always prior to any other inquiry. As such, it must first be answered before any other inquiry can get started. Psychological evidence presupposes a solution to the central philosophical issues. Thus, it is useless, for philosophical purposes, to appeal to psychological data. It turns out to be some sort of a vicious circle. I believe the history of science has greatly retorted to this objection. If philosophical solutions were really needed, we would have no scientific development for the past millennia – assuming, as it seems to be, that no agreed theory has come up for philosophical problems about cognition since, at least, Aristotle. It seems that psychology is pretty well off without solving philosophical problems.
The way I see this, logically consistent theories of knowledge are plentiful. The number of good, acceptable ones is pretty large. In any case, it is definitely larger than the number of acceptable psychological accounts of human cognition. After all, logical laws bound logical inquiry, whereas psychological inquiry is bound by the data. It seems to me to be natural to expect that the psychological accounts narrow down the inquiry by eliminating logically possible, yet unsuitable, accounts of cognition. And this can be done by demanding from our philosophy that it fits-in the psychological data.
One way to do this, the one I can imagine (at least), is to assume that all philosophical claims depend upon implicit or explicit assumptions about human psychology. Thus, I tend to think that ANY philosophical theory of, say, perception or perceptual content, MUST fit in the evidence from psychological studies. I know of, at least, three ways of attacking this claim.
One possible attack comes from the hardcore narrow-minded philosopher. According to her, whether or not philosophy meets the psychological data is, at best, a matter of coincidence. Thus if, say, a Cartesian theory of knowledge comes out to be psychologically non-sense, still there might be some room for it within the altar of philosophy. I think this view is either too arrogant, or too humble. In both cases, it turns out to be useless.
Another possible attack comes from the hardcore separatist. According to her, philosophy and psychology split. One is concerned with psychological facts, the latter with logical facts. Thus, when we wonder whether Descartes theory is correct, we wonder whether it is logically consistent. And it might be logically consistent even if psychologically impossible. One reply to this, the one I have to offer, is to demand that the subject matter be determined. It might very well be (though I doubt it) that logical and psychological questions split at some point. Nevertheless, if both philosophers and psychologists are wondering about the same subject matter (i.e., how humans cognize their environment), it better be that their answers are consistent with each other.
Finally, a third attack comes from fans of philosophical prior. According to her, philosophy is always prior to any other inquiry. As such, it must first be answered before any other inquiry can get started. Psychological evidence presupposes a solution to the central philosophical issues. Thus, it is useless, for philosophical purposes, to appeal to psychological data. It turns out to be some sort of a vicious circle. I believe the history of science has greatly retorted to this objection. If philosophical solutions were really needed, we would have no scientific development for the past millennia – assuming, as it seems to be, that no agreed theory has come up for philosophical problems about cognition since, at least, Aristotle. It seems that psychology is pretty well off without solving philosophical problems.
The way I see this, logically consistent theories of knowledge are plentiful. The number of good, acceptable ones is pretty large. In any case, it is definitely larger than the number of acceptable psychological accounts of human cognition. After all, logical laws bound logical inquiry, whereas psychological inquiry is bound by the data. It seems to me to be natural to expect that the psychological accounts narrow down the inquiry by eliminating logically possible, yet unsuitable, accounts of cognition. And this can be done by demanding from our philosophy that it fits-in the psychological data.
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