Monday, January 08, 2007

Catalina no está aquí

Catalina está a mis espaldas, sentada, de espaldas a mi. Ella no sabe que es observada. Tampoco sabe que es obsevada por mi. Lleva un suéter negro, que a la distancia se confunde con su cabello castaño, que es, ahora veo, un castaño muy oscuro o, si se prefiere, engañoso. Está sentada frente a una ventana protegida por persianas. Contrario a lo que uno pensaría, no está observando al mundo más allá de su ventana. Al menos, eso me permito conjeturar. Es extraño, lo sé, pero los movimientos de su cabeza no me permiten concluir que así sea. En aquél lado se observa el noreste. En este lado el suroeste. Yo, en este lado, miro su reflejo sobre la ventana más opuesta a la que su mirada se niega a enfrentar. Resulta obvio que es de noche, huelga decir que escribo un ensayo sobre Fichte y que, por ende, mis pies se encuentran cómodamente colocados sobre el escritorio que, a diferencia del café claro sobre el que Catalina piensa y rumia, es negro. Estoy lo más lejos posible de su figura. Si doy un paso más acabaré en la salida de emergencia. Hay todos los metros posibles de distancia entre ella y yo. Según mis cálculos, diez en total. En mi ventana veo mover la mano derecha de su reflejo. La flexiona sin cuidado, con un control sumo y la confianza de quien ha conocido esa mano por años, quizás décadas. La mano va y viene; sube por el cuello para masajear un poco la nuca y luego baja para apoyar el codo en el horizonte del escritorio con el único fin de ofrecer un apoyo a la quijada, que de tanto rumiar no logra sostenerse por sí misma. El vaivén de sus dedos, junto con mis conjeturas y la naturaleza misma del reflejo, me han llevado a concluir, de manera irrefutable, que la mano alcahueta que conciente el rumiar es la izquierda y no la derecha y que hoy, lunes ocho de Enero de 2007 a las veintiún horas, es día y hora en los que Catalina aún no logra facturar el ensayo que sobre el cosmopólita Chamisso tenía pretendido entregar en algún momento del semestre anterior. Sirva todo esto como evidencia de que vivimos en un poblado mayoritariamente universitario, de altos costos inmobiliarios que obligan a rentar áticos de figura irregular y diez metros de máxima extensión, con un sistema empresarial de doce horas diarias de estudio y vacaciones de invierno extremadamente cortas. Porque, aunque de espaldas uno al otro, vivimos ambos en el mismo hemisferio noroccidental. Tanta cavilación y tanta evidencia dejan lugar a una sola duda: ¿qué tanto habrá vivido Chamisso para que Catalina rumie y rumie tanto y tanto?