En la península de Quebec los caribúes entregan su existencia a un viaje circular interminable. Año con año huyen hacia el Sur para resguardarse del invierno. Año con año vuelven hacia el Norte para conseguir mejor alimento. Nueve mil kilómetros de recorrido anual no han hecho mella en la tozudez del caribú. A la mitad del invierno se embarca en su regreso a las praderas nórdicas, sufriendo terribles pérdidas en el camino, para después de meses alcanzar la tierra prometida. Sólo unos días permanece en el paraíso. El viaje de regreso al sur tomará igualmente otros meses. Tiempo suficiente para azotar la tierra una vez más con un mortal invierno. En consecuencia, la vida del caribú se consume en el intento por realizar un viaje sin término que acaba inevitablemtne con su vida. En su búsqueda de la pradera verde los caribúes han decidido entregarse ala diáspora, satisfechos con unos instantes de pasto. Si no fuese porque lo consideramos un ser de poca imaginación, cualquiera diría que el caribú lleva una existencia inútil, mecánica y sin sentido.
Algo similar sucede con los políticos. Con la pequeña diferencia de que estos animales son racionales, supuestamente cuentan con la capacidad de imaginar y la facultad de determinar sus propios fines, sus propios sentidos. Lo que en el caso del caribú es justificable debido a una ausencia insalvable de capacidades cognitivas, en los políticos (presuntamente racionales) resulta imperdonable.
Los políticos de hoy han encontrado una manera sumamente abyecta de mantenerse en un estado parasitario. Han logrado, entre otras cosas, la creación de una clase política distinta dela clase alta adinerada, asentada en una base que se perpetúa a sí misma: la democracia electoral.
Los fanáticos de la democracia hoy día se han permitido creer que el estado actual es preferible y sumamente mejor a las monarquías y oligarquías de antaño. Lo cierto es que la elite de antaño recibe ahora el nombre de clase alta. Y que la clase política parasitaria es el engaño, el anzuelo que los demócratas se han tragado para creer que ya no son oligarquías ni monarquías las que imponen su destino a los demás sino una mítica representación política de unos en otros. Nadie parece notar, de entrada, la profunda inmoralidad que hay en la idea misma de que unos decidan por otros. La heteronomía era la divisa central de las tiranias y oligarquías de otros tiempos. Misma que constituye la moneda de cambio de nuestros días.
Los políticos pretenden convencer del altruismo inherente a sus metas. Se gobierna por los gobernados, según se dice. Pero más tardan en formular sus engañosas propuestas que uno en identificar el profundo engaño que traen consigo. Si los gobernantes lucharan por gobernar, entonces su andar de elección en elección, de campaña en campaña, y su afán por emplear el gobierno para mantenerse en campaña, resulta tan absurdo y estúpido como el viaje del caribú si el caribú tuviese acaso imaginación.
Más tardan los políticos en cabildear, gritar, escupir y engañar de lo que invierten en gobernar. Todos los puestos, que presuntamente habrían de ser un fin autodeterminado en la carrera de un político, se convierten en meros medios para seguir gritando, escupiendo y egañando. Seis años invertidos en el camino hacia la pradera de una diputación o senaduría, una gobernatura o jefatura de gobierno eincluso la presidencia, son útiles tan sólo para disfrutar de dos, tres y hasta cuatro semanas en el puesto. El resto, los otros cinco años con sus diez u once meses, se invierte en el inútil andar hacia la siguiente presidencia, las siguientes elecciones, la siguiente lucha por una pradera en la cual ya se está sin estar. La miopía, inconsciencia y avaricia hacen de toda meta política un medio y así a la política misma, sus sistema electoral y su democracia. Todo es un medio para seguir paracitando, cada vez más y con más saña.
No bien había recibido su constancia de jefe de gobierno electo Marcelo Ebrard – antes siquiera de que tomase posesión de un puesto al que supuestamente a buscado como un fin- los columnistas políticos lanzaron la conjetura al aire: ¿Será Ebrard el nuevo presidenciable de la izquierda? Aún no se termina una jornada electoral y el sistema electorero ya comienza a devorar la siguiente.
Cabe decir que, a diferencia de los caribúes, los políticos no se permiten, ni siquiera mínimanete, alcanzar los logros del andar del caribú. Mecánico, inútil y fallido como pueda resultarnos, el viaje del caribú le permite asegurar la subsistencia de sus congéneres. La idiotez, opulencia, abyección y miopía del sistema electoral mexicano no se permite, ni por asomo, el alcance de tan básica y darwiniana meta. Su estrechez de miras no le permite entender que más allá de su inmoralidad y parasitismo, de su cómoda existencia de lactante, lo que está logrando es su propia desaparición.
La democracia electoral está hecha con todos los mecanismos necesarios para perpetuarse a sí misma. Es tan inútil, sin embargo, que su mayor logro será su eliminación. Sigamos manteniendo a nuestros reyes políticos, completamente inútiles, completamente estultos. Que así nos podremos tranquilizar con la ilusión de que todos decidimos, todos gobernamos, todos iguales, racionales y respetables. Sigamos fantaseando, que así igual y resulta que nos duele menos. Pues como dicen por ahí, la ignorancia y su ceguera en no pocos casos resultan ser una bendición.