Wednesday, April 05, 2006

No mentirás!



De vez en cuando la filosofía moral saca a relucir su mala cara. Principios incontrovertibles cuya defensa habría de ser más un pleonasmo que una odisea, se convierten en el blanco de acérrimas críticas. La defensa de la honestidad tiene una historia un tanto infame entre filósofos. “En más de una ocasión” se argulle, “lo correcto es mentir, no ser honesto”. Este ataque, generalmente dirigido en contra de éticas deontológicas (famosamente defendida por Kant) ha tenido cierto atractivo entre la concurrencia. Me parece, sin embargo, que el ataque resulta de una incomprensión de la propuesta. Reconozco, sin embargo, que la incomprensión puede deberse a una mala formulación de la propuesta en cuestión. Defenderé, pués, que es moralmente incorrecto mentir; pero que en ocasiones es moralmente aceptable no hablar con verdad. Para defender esta idea habré de distinguir entre hablar con verdad y ser honesto, tanto como (y aún más importantemente) entre no hablar con verdad y mentir.

Una persona es honesta cuando expresa el contenido de su vida mental y deshonesta cuando lo que dice no corresponde con su vida mental. Si él no la ama y lo dice, entonces es honesto. Si él no la ama y, tras ser cuestionado por ella, afirma amarla plenamente, entonces es deshonesto. Para hablar con verdad, sin embargo, se necesita algo más que sólo ser honesto; se necesita (al menos) tener creencias verdaderas. Él puede no saber que ella no le ama; de manera que al ser cuestionado por ustedes sobre el estado de su relación con ella él afirmar que ambos se aman. De ser así él sería honesto y sin embargo no hablaría con verdad.

Poco más puede o debe añadirse en torno a la relación entre mentira y falsedad. No sólo es posible hablar honestamente y aún así hablar falsamente, sino que también es posible mentir y aún así hablar con verdad. Él puede no saber que ella no le ama, y asumir que sí lo hace. Coincidentemente él puede estar interesado en aquella, quien le pregunta por la relación. Él, quien realmente no ama a ella, responderá deshonestamente diciendo que ella no le ama y que él se siente profundamente herido. Él es deshonesto y sin embargo habla con verdad.

La diferencia entre estos niveles es importante. La verdad o mentira de nuestras afirmaciones depende del mundo y no de nuestra voluntad. La honestidad y deshonestidad de nuestras afirmaciones, sin embargo, depende de nuestra voluntad y, por tanto, de los fines que buscamos. Hablamos honestamente o deshonestamente con el fin de guiar a nuestra audiencia, ya sea para que tengan ciertas creencias o para que actuen de cierta forma. Este comportamiento tiene sentido sólo con base en presuposiciones sobre el mundo. Desde cómo es en general, hasta cómo debe ser, pasando por las creencias que nuestra audiencia tiene.

Con esto en mente podemos comprender el imperativo moral de hablar honestamente. Considérese el caso típico: su amigo es perseguido injustamente por un hombre armado y él decide resguardarlo en su apartamento. El hombre armado llega al apartamento preguntando por su amigo. Pregunta moral: qué debería hacer él? La respuesta correcta, sea cual sea, habrá de afirmar que él no debe informar al hombre armado de la presencia de su amigo en el apartamento. Lo importante es, cómo hacerlo? A mi manera de ver las cosas, es posible dar la respuesta correcta sin exigir de él que mienta.
Recordemos que los actos de habla tienen siempre fines; que hablar con honestidad o no depende de expresar un estado mental; y que hacer lo correcto moralmente consiste tanto en expresar el correcto estado mental como tener el correcto estado mental. En este caso, los presupuestos de la conversación entre él y el hombre armado son en su mayoría morales.

Cabe decir, por supuesto, que un prespuesto moral tiene tanta relación con los hechos en el mundo como un presupuesto epistémico. La diferencia recide en que los presupuestos morales se preocupan por cómo debe ser el mundo de manera que uno tenga los sentimientos correctos y tome las decisiones adecuadas, mientras que los presupuestos epistémicos se preocupan por cómo sea el mundo.

Si él se comporta de manera correcta entonces tendrá los estados mentales correctos y actuará de manera correcta. Es un presupuesto del ejemplo el que el estado mental correcto será aquél que permita proteger al amigo. Un estado mental eficaz en este caso será el de pretensión. Él debe pretender que su amigo no está en casa, porque esa es la manera más eficaz de hacer lo correcto: proteger a su amigo. Cuando el hombre armado pregunta por el paradero de su amigo, el hombre armado le invita a entrar en un diálogo moral, se le exige que responda de manera correcta a la pregunta. Así las cosas, él está obligado actuar moralmente y proteger a su amigo, de manera que expresará honestamente el estado mental propio de tal comportamiento: la pretensión de que su amigo no está en el apartamento. En este contexto sería deshonesto de su parte, además de ir en contra de las presuposiciones morales que forman parte del caso, el hablar con verdad y delatar a su amigo.

El punto central que defiendo es que las reglas conversacionales de honestidad y deshonestidad cambian de contexto en contexto. No son las mismas cuando se trata de una discurso moral que cuando se trata de un discurso científico, legal o económico. No hay ninguna razón para pensar que todos estos discursos tan variados han de tener exactamente el mismo mecanismo, las mismas presuposiciones y mucho menos las mismas metas. De esto resulta que mentir y ser honesto se entenderá de maneras distintas para distintos discursos. Esta distinción aparece ya, creo yo, en Platón quien famosamente distinguió entre la honestidad poética, la moral y la epistémica. En lo que respecta al discurso moral, ser honesto implica siempre expresar lo que uno toma por ser correcto. De manera que si mentir es lo mismo que ser deshonesto, entonces resulta casi un pleonasmo afirmar que es nuestro deber nunca mentir y siempre ser honestos. Eso si, muy distinto será el hablar con falsedad. Supongo, sin decir mucho al respecto, que ningún contexto discursivo presupone hablar con verdad. Tal contexto discursivo estaría en grave riesgo de permanecer en el silencio eterno.