Nos gusta inventar. De hecho, somos terriblemente capaces al respecto. No sólo logramos engañar a todo el mundo. También logramos, y no pocas veces, el sutil arte del autoengaño. Una de sus formas más comunes es la identidad personal. "Yo soy así y asá, si no te gusta, triste tu calavera." Parece difícil concebir que logremos vivir sin definiciones, de lo demás, de los demás y de uno mismo. Es como si uno temiera escapar de sí mismo al no saber qué se és o a dónde se va.
Claro que, todo esto no es casual. Parece una clara consecuencia de nuestro afán por vivir en planos distintos de los que de hecho ocupamos físicamente. Las historias son necesarias porque sólo las historias pueden cometer la gran hazaña de trasladarse a través del tiempo. Es así como nos vemos en diez años, veinte o hace quince minutos. Lo curioso es que - para bien o para mal - sólo vivimos como habitantes de esa historia, totalmente ignorantes de que, en realidad, la historia se nos resbala.
Somos tan buenos en todo esto, que pocas veces reparamos en que todo lo hemos inventado. A veces quizás porque el resultado ha sido demasiado malo y lo mejor es entrar en la historieta y señalar al malvado. Otras, por el contrario, puede tratarse de historias sumamente bien realizadas, tan bien hechas que a veces logran su cometido y engañan. Ideas, gustos, posturas, costumbres e incluso necesidades; todas ellas parte de la narración. Esa, creo, es la narración más interesante, en la que ocurren esas otras invenciones tan incapaces con respecto a la anterior que inmediatamente nos percatamos de su falsedad y de su intento por confundirnos. Relaciones, amistades, compromisos, toda una gran confabulación. El libro de Arreola debería llamarse así Compendio de vida, llamarlo confabulario sería incurrir en un pecado de arrogancia, sería como intentar darle más realidad que a la realidad misma (aunque sospecho que en ocasiones Arreola parece lograrlo). Lo cual, por cierto, no es cosa difícil siendo que la realidad, esa de que tanto hablamos y en la que parecemos vivir, esa no es más que pura invención.
Inventamos tanto que fácilmente lo olvidamos y cuando menos nos damos cuenta estamos personificando un papel en una historia que consideramos necesaria y que manipulamos (creemos) sólo con pinzas.