Lo que intento hacer, en pocas palabras (ha!, buen chiste), es lo siguiente. Según lo entiendo yo, el problema del escepticismo en epistemología es directamente proporcional al problema de la relación mente-cuerpo en metafísica. El locus clasicus del escepticismo son las "Meditaciones" de Descartes y la idea básica es que podría ser el caso que el mundo fuese completamente distinto a como creemos que es y que aún así no nos percatáramos de ello. En pocas palabras: todo esto podría ser un gran engaño. El argumento es sumamente interesante y fructífero. Estoy completamente seguro de que más de un cuento y más de una novela (por no decir las películas) se han beneficiado de él. Pero no sólo, también uno que otro filósofo serio lo ha hecho. Lo que a mí me interesa de este argumento no son sus consecuencias (e.g. paranoia, hermosos libros, malas películas, etc) sino sus supuestos. Estoy convencido de que la fuerza del escepticismo cartesiano depende de la fuerza del dualismo cartesiano. Si la mente y el cuerpo no fuesen tan distintos, probablemente podría asegurarse un poco más de certeza como resultado de la relación (metafísica o epistemológica, vaya usted a saber) entre la mente y el cuerpo.
Pero esto no es todo. Al menos, no es todo lo que me interesa, ni siquiera lo central. Mi intento, como ya se ha de saber, es el de voltear el argumento cartesiano y partir de la falibilidad de las capacidades cognitivas humanas para defender la necesidad de una distinción (no sé si metafísica o no, pero si el que sea metafísica implica que sea dualista a lá Descartes, entonces no es metafísica) entre la mente y el cuerpo. A Descartes le parecía más intuitiva la diferencia entre mente y cuerpo y su investigación le llevó al escepticismo. A mi me parece más evidente o intuitiva la posibilidad del error y mi investigación no sé a dónde me lleve (pero si no me lleva a rechazar el monismo-fisicalista-ramplón a lá Churchland, entonces no me subo en el burro).
Otra manera de ver la relación es a partir del problema del autoconocimiento. Tradicionalmente se distingue entre el conocimiento de uno mismo y el conocimiento del mundo externo (en donde 'mundo externo' no significa más que 'lo que no son mis estados mentales'). Al menos tres tipos de distinción se han hecho: (1) que el autoconocimiento es más certero (por no decir totalmente certero), algunos creen que la primera persona no puede equivocarse sobre sus propios estados mentales; (2) que la mente humana tiene un acceso privilegiado a sus propios estados mentales, el cual no tiene con respecto a estados físicos; (3) que la primera persona tiene autoridad con respecto a sus estados mentales, autoridad que no tiene la tercera persona. En mi opinión, cualquier distinción (epistemológica como en (1) y (3) o epistemológica/metafísica como en (2)) que se haga entre el conocimiento de la propia vida mental y el conocimiento del mundo externo necesariamente nos llevará a una distinción entre la mente y el cuerpo que es completamente inconsistente con la propuesta fisicalista. Esta es, por supuesto, una idea que por ahora no puedo mantener mas que como un supuesto. Me falta leer y pensar mucho, pero, sobre todo, me falta beber más cervezas.
Ciertamente, aún si la hipótesis anterior fuese cierta (que la distinción entre tipos de conocimiento conlleva una distinción entre mente y cuerpo), de ello no se sigue el rechazo al fisicalismo (mi meta principal). Uno bien podría decir, quizás en un afán conductista, fisicalista o incluso idealista, que no hay tal cosa como una distinción (epistemológica, metafísica u lo que sea) entre el conocimiento de los estados mentales y el conocimiento del mundo. Esto puede llevarnos a cualquiera de dos polos sumamente extremos, ambos corriendo el mismo riesgo: la eliminación del error. Si uno defiende que no hay distinción, que conocer lo mental es lo mismo que conocer lo físico porque (a) todo es físico, entonces el conocimiento se reduce a una mera relación causal y entre relaciones causales no parece inteligible hablar de errores (cuando Bohr intentaba infructuosamente generar una reacción en cadena entre átomos de Uranio, ciertamente no eran los átomos ni las cadenas causales las que se equivocaban). Las cadenas causales simplemente son. Y punto. Si, por otra parte, uno defiende que no hay distinción, que conocer el mundo es como conocer la mente, porque (b) todo conocimiento es autoconocimiento, entonces todas las relaciones son internas y toda la realidad se reduce a lo mental. Desde esta postura probablemente podamos explicar el error hasta cierto grado, como una mera falta de atención, pero siempre tendremos la promesa de que, eventualmente, el momento llegará, la historia alcanzará su fin, y todo se sabrá. El problema, entonces, no sería realmente el errar sino el llevar vidas tan estúpidamente cortas (literalmente, porque entre más largas y duraderas, se supone, más sabiondas).
Mi argumento descansa, entonces, en algo así como la necesidad del error. Tengo que encontrar la manera de convencer a los incrédulos (y quizás a mi también) de que eliminar por completo al error del mapa filosófico es un error gravísimo (valga, y por mucho, esta redundancia).