Nos gusta inventar. De hecho, somos terriblemente capaces al respecto. No sólo logramos engañar a todo el mundo. También logramos, y no pocas veces, el sutil arte del autoengaño. Una de sus formas más comunes es la identidad personal. "Yo soy así y asá, si no te gusta, triste tu calavera." Parece difícil concebir que logremos vivir sin definiciones, de lo demás, de los demás y de uno mismo. Es como si uno temiera escapar de sí mismo al no saber qué se és o a dónde se va.
Claro que, todo esto no es casual. Parece una clara consecuencia de nuestro afán por vivir en planos distintos de los que de hecho ocupamos físicamente. Las historias son necesarias porque sólo las historias pueden cometer la gran hazaña de trasladarse a través del tiempo. Es así como nos vemos en diez años, veinte o hace quince minutos. Lo curioso es que - para bien o para mal - sólo vivimos como habitantes de esa historia, totalmente ignorantes de que, en realidad, la historia se nos resbala.
Somos tan buenos en todo esto, que pocas veces reparamos en que todo lo hemos inventado. A veces quizás porque el resultado ha sido demasiado malo y lo mejor es entrar en la historieta y señalar al malvado. Otras, por el contrario, puede tratarse de historias sumamente bien realizadas, tan bien hechas que a veces logran su cometido y engañan. Ideas, gustos, posturas, costumbres e incluso necesidades; todas ellas parte de la narración. Esa, creo, es la narración más interesante, en la que ocurren esas otras invenciones tan incapaces con respecto a la anterior que inmediatamente nos percatamos de su falsedad y de su intento por confundirnos. Relaciones, amistades, compromisos, toda una gran confabulación. El libro de Arreola debería llamarse así Compendio de vida, llamarlo confabulario sería incurrir en un pecado de arrogancia, sería como intentar darle más realidad que a la realidad misma (aunque sospecho que en ocasiones Arreola parece lograrlo). Lo cual, por cierto, no es cosa difícil siendo que la realidad, esa de que tanto hablamos y en la que parecemos vivir, esa no es más que pura invención.
Inventamos tanto que fácilmente lo olvidamos y cuando menos nos damos cuenta estamos personificando un papel en una historia que consideramos necesaria y que manipulamos (creemos) sólo con pinzas.
Friday, September 23, 2005
descartes al revés
Lo que intento hacer, en pocas palabras (ha!, buen chiste), es lo siguiente. Según lo entiendo yo, el problema del escepticismo en epistemología es directamente proporcional al problema de la relación mente-cuerpo en metafísica. El locus clasicus del escepticismo son las "Meditaciones" de Descartes y la idea básica es que podría ser el caso que el mundo fuese completamente distinto a como creemos que es y que aún así no nos percatáramos de ello. En pocas palabras: todo esto podría ser un gran engaño. El argumento es sumamente interesante y fructífero. Estoy completamente seguro de que más de un cuento y más de una novela (por no decir las películas) se han beneficiado de él. Pero no sólo, también uno que otro filósofo serio lo ha hecho. Lo que a mí me interesa de este argumento no son sus consecuencias (e.g. paranoia, hermosos libros, malas películas, etc) sino sus supuestos. Estoy convencido de que la fuerza del escepticismo cartesiano depende de la fuerza del dualismo cartesiano. Si la mente y el cuerpo no fuesen tan distintos, probablemente podría asegurarse un poco más de certeza como resultado de la relación (metafísica o epistemológica, vaya usted a saber) entre la mente y el cuerpo.
Pero esto no es todo. Al menos, no es todo lo que me interesa, ni siquiera lo central. Mi intento, como ya se ha de saber, es el de voltear el argumento cartesiano y partir de la falibilidad de las capacidades cognitivas humanas para defender la necesidad de una distinción (no sé si metafísica o no, pero si el que sea metafísica implica que sea dualista a lá Descartes, entonces no es metafísica) entre la mente y el cuerpo. A Descartes le parecía más intuitiva la diferencia entre mente y cuerpo y su investigación le llevó al escepticismo. A mi me parece más evidente o intuitiva la posibilidad del error y mi investigación no sé a dónde me lleve (pero si no me lleva a rechazar el monismo-fisicalista-ramplón a lá Churchland, entonces no me subo en el burro).
Otra manera de ver la relación es a partir del problema del autoconocimiento. Tradicionalmente se distingue entre el conocimiento de uno mismo y el conocimiento del mundo externo (en donde 'mundo externo' no significa más que 'lo que no son mis estados mentales'). Al menos tres tipos de distinción se han hecho: (1) que el autoconocimiento es más certero (por no decir totalmente certero), algunos creen que la primera persona no puede equivocarse sobre sus propios estados mentales; (2) que la mente humana tiene un acceso privilegiado a sus propios estados mentales, el cual no tiene con respecto a estados físicos; (3) que la primera persona tiene autoridad con respecto a sus estados mentales, autoridad que no tiene la tercera persona. En mi opinión, cualquier distinción (epistemológica como en (1) y (3) o epistemológica/metafísica como en (2)) que se haga entre el conocimiento de la propia vida mental y el conocimiento del mundo externo necesariamente nos llevará a una distinción entre la mente y el cuerpo que es completamente inconsistente con la propuesta fisicalista. Esta es, por supuesto, una idea que por ahora no puedo mantener mas que como un supuesto. Me falta leer y pensar mucho, pero, sobre todo, me falta beber más cervezas.
Ciertamente, aún si la hipótesis anterior fuese cierta (que la distinción entre tipos de conocimiento conlleva una distinción entre mente y cuerpo), de ello no se sigue el rechazo al fisicalismo (mi meta principal). Uno bien podría decir, quizás en un afán conductista, fisicalista o incluso idealista, que no hay tal cosa como una distinción (epistemológica, metafísica u lo que sea) entre el conocimiento de los estados mentales y el conocimiento del mundo. Esto puede llevarnos a cualquiera de dos polos sumamente extremos, ambos corriendo el mismo riesgo: la eliminación del error. Si uno defiende que no hay distinción, que conocer lo mental es lo mismo que conocer lo físico porque (a) todo es físico, entonces el conocimiento se reduce a una mera relación causal y entre relaciones causales no parece inteligible hablar de errores (cuando Bohr intentaba infructuosamente generar una reacción en cadena entre átomos de Uranio, ciertamente no eran los átomos ni las cadenas causales las que se equivocaban). Las cadenas causales simplemente son. Y punto. Si, por otra parte, uno defiende que no hay distinción, que conocer el mundo es como conocer la mente, porque (b) todo conocimiento es autoconocimiento, entonces todas las relaciones son internas y toda la realidad se reduce a lo mental. Desde esta postura probablemente podamos explicar el error hasta cierto grado, como una mera falta de atención, pero siempre tendremos la promesa de que, eventualmente, el momento llegará, la historia alcanzará su fin, y todo se sabrá. El problema, entonces, no sería realmente el errar sino el llevar vidas tan estúpidamente cortas (literalmente, porque entre más largas y duraderas, se supone, más sabiondas).
Mi argumento descansa, entonces, en algo así como la necesidad del error. Tengo que encontrar la manera de convencer a los incrédulos (y quizás a mi también) de que eliminar por completo al error del mapa filosófico es un error gravísimo (valga, y por mucho, esta redundancia).
Pero esto no es todo. Al menos, no es todo lo que me interesa, ni siquiera lo central. Mi intento, como ya se ha de saber, es el de voltear el argumento cartesiano y partir de la falibilidad de las capacidades cognitivas humanas para defender la necesidad de una distinción (no sé si metafísica o no, pero si el que sea metafísica implica que sea dualista a lá Descartes, entonces no es metafísica) entre la mente y el cuerpo. A Descartes le parecía más intuitiva la diferencia entre mente y cuerpo y su investigación le llevó al escepticismo. A mi me parece más evidente o intuitiva la posibilidad del error y mi investigación no sé a dónde me lleve (pero si no me lleva a rechazar el monismo-fisicalista-ramplón a lá Churchland, entonces no me subo en el burro).
Otra manera de ver la relación es a partir del problema del autoconocimiento. Tradicionalmente se distingue entre el conocimiento de uno mismo y el conocimiento del mundo externo (en donde 'mundo externo' no significa más que 'lo que no son mis estados mentales'). Al menos tres tipos de distinción se han hecho: (1) que el autoconocimiento es más certero (por no decir totalmente certero), algunos creen que la primera persona no puede equivocarse sobre sus propios estados mentales; (2) que la mente humana tiene un acceso privilegiado a sus propios estados mentales, el cual no tiene con respecto a estados físicos; (3) que la primera persona tiene autoridad con respecto a sus estados mentales, autoridad que no tiene la tercera persona. En mi opinión, cualquier distinción (epistemológica como en (1) y (3) o epistemológica/metafísica como en (2)) que se haga entre el conocimiento de la propia vida mental y el conocimiento del mundo externo necesariamente nos llevará a una distinción entre la mente y el cuerpo que es completamente inconsistente con la propuesta fisicalista. Esta es, por supuesto, una idea que por ahora no puedo mantener mas que como un supuesto. Me falta leer y pensar mucho, pero, sobre todo, me falta beber más cervezas.
Ciertamente, aún si la hipótesis anterior fuese cierta (que la distinción entre tipos de conocimiento conlleva una distinción entre mente y cuerpo), de ello no se sigue el rechazo al fisicalismo (mi meta principal). Uno bien podría decir, quizás en un afán conductista, fisicalista o incluso idealista, que no hay tal cosa como una distinción (epistemológica, metafísica u lo que sea) entre el conocimiento de los estados mentales y el conocimiento del mundo. Esto puede llevarnos a cualquiera de dos polos sumamente extremos, ambos corriendo el mismo riesgo: la eliminación del error. Si uno defiende que no hay distinción, que conocer lo mental es lo mismo que conocer lo físico porque (a) todo es físico, entonces el conocimiento se reduce a una mera relación causal y entre relaciones causales no parece inteligible hablar de errores (cuando Bohr intentaba infructuosamente generar una reacción en cadena entre átomos de Uranio, ciertamente no eran los átomos ni las cadenas causales las que se equivocaban). Las cadenas causales simplemente son. Y punto. Si, por otra parte, uno defiende que no hay distinción, que conocer el mundo es como conocer la mente, porque (b) todo conocimiento es autoconocimiento, entonces todas las relaciones son internas y toda la realidad se reduce a lo mental. Desde esta postura probablemente podamos explicar el error hasta cierto grado, como una mera falta de atención, pero siempre tendremos la promesa de que, eventualmente, el momento llegará, la historia alcanzará su fin, y todo se sabrá. El problema, entonces, no sería realmente el errar sino el llevar vidas tan estúpidamente cortas (literalmente, porque entre más largas y duraderas, se supone, más sabiondas).
Mi argumento descansa, entonces, en algo así como la necesidad del error. Tengo que encontrar la manera de convencer a los incrédulos (y quizás a mi también) de que eliminar por completo al error del mapa filosófico es un error gravísimo (valga, y por mucho, esta redundancia).
Thursday, September 22, 2005
mente y cuerpo, epistemología o metafísica
Hoy se me ocurrió pensar sobre la necesidad de una distinción metafísica entre mente y cuerpo, o entre lo mental y lo físico. En algún momento, no sé cuándo ni cómo, creí encontrar un argumento un poco extraño que defiende tal distinción a partir de la necesidad de dar cuenta de la falibilidad de las capacidades cognitivas humanas. Pensé en volver a casa y aclarar todo esto pero ahora me encuentro con que lo único que logré demostrar es la necesidad de descansar para poder pensar. Espero que mañana siga pensando lo mismo que hoy, o al menos algo consistente con ello. Si no es así, nunca sabré quién está en el error.
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