Hoy Cristina Fernández, la presidenta, afirmó algo muy revelador. En el contexto de la campaña presidencial de su delfin, Daniel Scioli, se situó en el contexto global frente a la crisis migratoria europea diciendo lo siguiente:
"Yo no quiero parecerme a países que echan inmigrantes y dejan morir chicos en las playas"
¿Cómo debemos interpretar esta afirmación? Resulta obvio que Cristina, un individuo humano, no puede parecer a Alemania, Francia, Austria o Turquía, entidades políticas de estructura institucional y naturaleza más parecida a una novela que a un ser vivo (como cualquier otro país, por supuesto). Resulta obvio que a Cristina le resulta obvio que ella no es un país. Así que estamos obligados a reinterpretar su aseveración susituyendo 'parecerme' por 'que Argentina se parezca'. Otra opción pasa por sustituir 'Yo' por 'Argentina' directamente. El resultado es algo más o menos como lo siguiente:
"Yo no quiero que Argentina se parezca a países que echan a inmigrantes y dejan morir a chicos en las playas"
O bien
"Argentina no quiere parecerse a países que echan a inmigrantes y dejan morir a chicos en las playas"
Sea cual sea, la interpretación require de un proceso de cambio semántico que nos invita a pasar de la persona individual de Cristina Fernández a la entidad política nacional de la República Argentina. Este uso del lenguaje suele entenderse como un caso de sinécdoque.
La sinécdoque es un tropo retórico mediante el cual los hablantes se permiten sustituir al todo por las partes y viceversa. Así, podemos tomar a Cristina Fernández por la República Argentina o bien a la República Argentina por Cristina Fernández.
En cualquier caso, sea cual sea la interpretación correcta, esta aseveración presupone que hay una relación obvia, sobresaliente contextualmente, que nos permite pasar fácilmente de la persona individual de Cristina Fernández a la de un país entero. Una opción es que esa relación sea la que requiere la sinécdoque, a saber, la relación parte - todo. Pero esto supondría que Cristina estuviera igualmente justificada en pronunciar esta otra oración en lugar de la que de hecho pronunció:
"Daniel Scioli no quiere parecerse a países que echan inmigrantes y dejan morir chicos en las playas"
E incluso esta otra:
"Mauricio Macri no quiere parecere a países que echan inmigrantes y dejan morir chicos en las playas"
puesto que tanto Daniel Scioli como Mauricio Macri, entre muchas decenas de millones de argentinos, guardan la misma relación parte-todo con la República Argentina.
Esto nos invita a pensar que la relación adecuada que permite pasar de Cristina Fernández a la República Argentina no es meramente la de parte-todo, o la de ciudadano-país, sino una muy especial de la que goza ella misma y nadie más.
Pero si no es la relación parte-todo, ¿cuál sí es? ¿La relación de identidad? ¿Acaso el hablante que emitió dicha oración considera tan contextualmente sobresaliente esa relación especial, más cercana a la identidad que la mera pertenencia republicana?
De ser así, Cristina Fernández habrá encontrado una forma muy sencilla de salvar el hiato entre las decisiones y acciones de individuos que elegimos en votaciones y aquellas que toman las Repúblicas y las Naciones. Además de simple, la solución es directa: presuponer que, una vez elegido, el individuo cambia de tipología ontológica y deja de ser un ser humano para convertirse (lenta o repentinamente) en una nación.
Wednesday, September 09, 2015
Tuesday, September 08, 2015
Escepticismo Elector
No sé bien cuándo ni por qué llegué a este punto en particular. Tal vez sea más correcto pensar que no llegué. Nunca estuve en otra ubicación. Lo cierto es que nunca he tenido la más mínima confianza en la idea general de que uno pueda tomar decisiones políticas, económicas, legales, etc. a nivel nacional por medio de un proceso de votación para elegir a individuos humanos.
Dicho de otra manera, y en pocas palabras, siempre he creído que la democracia electoral es una gran pérdida de tiempo, dinero y esfuerzo. Antes creía que esto se debía a razones complicadas asociadas a la existencia de mafias, costos políticos, inversiones transnacionales, capitalismos y demás detalles. Recientemente descubrí que las razones de mi escepticismo son otras, más básicas y por ello más rotundas.
La democracia electoral, sea representativa, de partidos o no, descansa sobre un presupuesto muy simple y muy dudoso (por no decir directamente falso). Éste es el supuesto de que la motivación y la vida mental de los seres humanos es capaz de echarse a andar a partir de principios, ideas y contenidos tan generales como "la justicia", "el bienestar social", "la educación", "la eliminación de la pobreza", etc., etc., etc. Sin embargo, es bien sabido que lo que nos mueve no son los principios ni mucho menos las ideas grandes y generales de justicia y equidad, sino el interés propio, el miedo, el deseo sexual, el hambre, la ira, la ambición de superioridad, etc.
No es para nada claro cómo es que se conectan todos esos contenidos grandilocuentes que se escuchan en los discursos de campaña electoral con esos pequeños e individuales motores concretos de la vida mental de los individuos humanos. Elegir, hoy y siempre, es elegir a un ser humano y aceptar sus decisiones. Como tal, el ser humano decidirá con base en sus pasiones, emociones, fobias, obsesiones y anexas. No habrá tal cosa como decisiones basadas en una búsqueda por la justicia, el bien, la equidad o cualquier otra meta grandilocuente que occidente se ha inventado para autoengañarse.
Más allá de un rampante e incontrolable ímpetu capitalista, de una demoledora ola de opresión y sometimiento de los más por los menos e independientemente de si se instaura o no la aristocracia, el problema principal de la democracia electoral es la existencia de un abismo entre lo que se busca elegir (justicia, decencia, equidad, progreso, paz, empleo, educación,...) y lo que se elige (un individuo con una vida mental, historia, traumas, miedos y deseos personales).
La democracia electoral es inoperante porque descanza en un supuesto imposible de satisfacer. Los seres humanos no somos lo que queremos ser (semidioses capaces de motivarnos por la justicia, el bien, la equidad, etc.) y el problema está en querer serlo.
Dicho de otra manera, y en pocas palabras, siempre he creído que la democracia electoral es una gran pérdida de tiempo, dinero y esfuerzo. Antes creía que esto se debía a razones complicadas asociadas a la existencia de mafias, costos políticos, inversiones transnacionales, capitalismos y demás detalles. Recientemente descubrí que las razones de mi escepticismo son otras, más básicas y por ello más rotundas.
La democracia electoral, sea representativa, de partidos o no, descansa sobre un presupuesto muy simple y muy dudoso (por no decir directamente falso). Éste es el supuesto de que la motivación y la vida mental de los seres humanos es capaz de echarse a andar a partir de principios, ideas y contenidos tan generales como "la justicia", "el bienestar social", "la educación", "la eliminación de la pobreza", etc., etc., etc. Sin embargo, es bien sabido que lo que nos mueve no son los principios ni mucho menos las ideas grandes y generales de justicia y equidad, sino el interés propio, el miedo, el deseo sexual, el hambre, la ira, la ambición de superioridad, etc.
No es para nada claro cómo es que se conectan todos esos contenidos grandilocuentes que se escuchan en los discursos de campaña electoral con esos pequeños e individuales motores concretos de la vida mental de los individuos humanos. Elegir, hoy y siempre, es elegir a un ser humano y aceptar sus decisiones. Como tal, el ser humano decidirá con base en sus pasiones, emociones, fobias, obsesiones y anexas. No habrá tal cosa como decisiones basadas en una búsqueda por la justicia, el bien, la equidad o cualquier otra meta grandilocuente que occidente se ha inventado para autoengañarse.
Más allá de un rampante e incontrolable ímpetu capitalista, de una demoledora ola de opresión y sometimiento de los más por los menos e independientemente de si se instaura o no la aristocracia, el problema principal de la democracia electoral es la existencia de un abismo entre lo que se busca elegir (justicia, decencia, equidad, progreso, paz, empleo, educación,...) y lo que se elige (un individuo con una vida mental, historia, traumas, miedos y deseos personales).
La democracia electoral es inoperante porque descanza en un supuesto imposible de satisfacer. Los seres humanos no somos lo que queremos ser (semidioses capaces de motivarnos por la justicia, el bien, la equidad, etc.) y el problema está en querer serlo.
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