Hace cosa de unos días uno o dos hombres armados irrumpieron en un centro cultural de Copenhague al acecho de un caricaturista. Lo querían matar y de paso mataron a alguien más. El hombre buscado, al parecer, no sufrió daños. Europa entera y gran parte del mundo, a una, lo denuncian como un aberrante e irracional acto de censura a la libertad de expresión. El caricaturista es buscado por representar a Mahoma como un perro.
Hoy la Liga de Futbol Profesional de España ha decidido dar entrada e investigar una denuncia de gritos del público en el Camp Nou durante el juego Barcelona - Levante. Los gritos censurados expresaban a una "Cristiano, borracho. Cristiano es un borracho." La denuncia es clara. No se pueden permitir los actos de violencia en el futbol. Mucho menos los actos de habla o de cualquier otra forma de comunicación que incitan a la violencia.
¿Hay alguna tensión, digamos, una contradicción en todo esto o soy yo? A Europa le parece no sólo sensato sino totalmente necesario evitar todo acto comunicativo que incite a la violencia, al grado de buscar censurar gritos de hinchas de futbol como los que representan a un jugar de futbol como un alcohólico. A Europa le parece no sólo sensato sino totalmente necesario defender la libertad de expresión en todo acto comunicativo, no importa si incita a la violencia, al grado de defender las caricaturas publicadas en periódicos de distribución masiva, como las que representan al profeta que constituye la base religiosa y social de millones de personas como una bestia no humana (ni siquiera como un borracho).
La única persona que públicamente ha denunciado a los caricaturistas como incitando a la violencia y faltando al respeto de millones de personas, el señor Bergoglio, ha sido vilipendiado por media Europa (incluso por pensantes ordinarios como Javier Marías en sus notas del suplemento cultural de El País). ¿Qué parte de todo esto no lo entiende Europa? ¿Cómo es que Europa se inflama de pecho ante gritos que buscan difamar, someter o mínimamente representar como inferior al rival en un partido de futbol, pero no logra sumar uno más uno y encender los focos rojos ante representaciones difamatorias, sometedoras, empequeñecedoras y denigrantes, reproducidas por miles, de una religión y cultura que forma parte de su población desde hace varios siglos?
¿Cómo explicar esta contradicción? ¿Será que Europa, en su tradicional arrogancia, es incapaz de pensar, primero, que puede estar equivocada en su discurso moral en defensa de una ilimitada libertad de expresión? ¿Será que Europa, en su tradicional etnocentrismo, es incapaz de entender, segundo, que otros grupos religiosos y culturales son igualmente dignos de respeto que un equipo o un jugador de futbol?
La arrogancia y la miopía son compañeras históricas. Europa nunca ha estado falta de ambas. Una vergüenza. Una gran vergüenza.