Monday, January 05, 2015
Esa música
Una vez más escucho esa música que escuchaba mamá que escuchaba yo y que encontré en una casa detenida en el tiempo, exhibida como una muestra en un museo, a la que nunca más pude volver. Es mi última noche en esta otra casa en donde nunca había escuchado esa música que escuchaba mamá que escuchaba yo. Lejos, muy lejos. Ocho años después y a ocho mil kilómetros de distancia, mi corazón se vuelve a detener en la misma orilla. La observo, con interés y felicidad, con coraje y confianza, con fuerza y motivación, pero también con miedo y tristeza, con temor. Ocho años después puedo al final volver a entrar a una familia. Me encuentro amando y siendo amado. Me encuentro abierto y dispuesto. Ocho mil kilómetros. Los cuento y uno por uno. Ocho mil. Son un justo precio para permitirme lo impersimible. Mañana me voy otra vez. Exactamente igual que hace ocho años. El norte es mi destino. El trabajo me espera. El corazón se detiene. El sur me seguirá esperando. Un vuelo más. Nunca, jamás, pensé que habría tantos. Algunos más que demasiados. El insomnio, inevitablemente, se apodera de mi memoria. O quizás, mejor dicho, mi memoria se apodera de mi cuerpo y a eso le llamo insomnio. Mañana me voy otra vez y no puedo sino temer que todo vuelva a suceder. Que todos se desvanezcan en el tiempo y sólo queden ahí, doliendo en el recuerdo. Decir que no puedo dormir sería errar la descripción por la mínima. No debo dormir. No voy a dormir. Enfrentaré con calma mi más profundo terror y atestiguaré con todos mis sentidos la verdad más simple: la gente no desvanece así sin más, de un día al otro. Esperaré a que el sol salga y que sigan pasando las horas. Con ellas vendran las voces, los mensajes, las preguntas. Evidencia todos de esa simple verdad. Con eso basta. Con eso ha de bastar para calmar a un corazón supersticioso, un corazón que ha sido obligado a aceptar lo incomprensible. Con eso, tan simple, ha de bastar. Hasta que se acaben todos los vuelos. Bastará.