Con frecuencia el hombre oculta los motivos de su obrar a todos los demás, a veces hasta a sí mismo, en particular cuando teme saber qué es lo que realmente le mueve a hacer esto o aquello. Uno puede llevarse a engaño hasta el punto de dudar de la existencia de aquellos motivos o de la necesidad de su actuar; y así puede opinar que lo que se hace podría igual de bien omitirse, que la voluntad decide por sí misma, sin causa.
Yo concuerdo. Por ejemplo, cuando pienso
Puedo hacer lo que quiero: puedo, si quiero, dar a los pobres todo lo que tengo y así volverme yo mismo uno de ellos - ¡si quiero!. Pero no soy capaz de quererlo; porque los motivos en contra tienen demasiado poder sobre mí como para serlo.
No es en absoluto una metáfora ni una hipérbole, sino una verdad del todo árida y literal; que, igual que en el billar una bola no puede ponerse en movimiento antes de que reciba un golpe, tampoco puede un hombre levantarse de su silla antes de que un motivo lo levante o impulse: pero entonces levantarse es tan necesario e inevitable como el rodar de la bola después del golpe.
Dice. Concuerdo
Únicamente por experiencia llega uno a conocer, no solo a los demás, sino también a sí mismo. Por eso a menudo uno se decepcionará, tanto de otros como también de sí mismo, si descubre que no posee esta o aquella cualidad, por ejemplo, la justicia, el desinterés o el valor, en el grado en el que, con la mayor indulgencia, lo suponía.
Porque es necesario
El hombre no cambia nunca: tal y como se ha comportado en un caso, así se comportará siempre de nuevo en circunstancias totalmente iguales (a las que, no obstante, pertenece también el conocimiento correcto de esas circunstancias).
Porque ahí está la cura, en la enfermedad misma
Desear que un suceso cualquiera no hubiese ocurrido es un necio autotormento: pues significa desear algo absolutamente imposible y es tan irracional como el deseo de que el sol saliera por el oeste. Debemos más bien considerar los acontecimientos, tal y como se producen, con los mismos ojos con los que consideramos la letra impresa que leemos, sabiendo muy bien que estaba ya allí antes de que la leyésemos.