Después de mucho pensar y ver. Después de muchas y más frustraciones sobre el proceder humano en las instituciones. Después de ver, con un afán compulsivo a la repetición, cómo los argumentos se retuercen, estiran y quiebran para defender los intereses personales como si fueran valores universales. Después de ver cómo el que grita vence y el que calla se aleja. Después de cuatro años o más en la academia, llego a las siguientes conclusiones que, sospecho, son generalizables a cualquier institución humana.
1) A la academia le resulta intrínseca la indecencia o, como dicen en mi barrio, el olor a mierda, el proceder deshonesto y engañoso;
2) Para dar cuenta de ese afán coprológico, sólo hacen falta dos tipos de ingredientes:
- La inseguridad personal de los miembros y su consecuente accionar egocéntrico y narcicista; y
- La cobardía de los demás que temen señalar los afanes coprológicos de otros porque temen reconocer esos mismos afanes en casa.
Resultado: un hermoso mecanismo circular de excresión pública. Las instituciones.