Tuesday, April 06, 2010

Yéndome



Hace cinco años me fui de México sin saber lo que hacía. Fui a parar a un pueblo, mal llamado ‘ciudad,’ doscientas veces más pequeño que el Distrito Federal. Ann Arbor. Un pueblo con cuatro meses de verano, uno de otoño, seis de invierno y uno de primavera. Un pueblo dominado por una gran universidad. Un pueblo lleno de tristeza, frustración y dolor. Vacío de sol. Todo esto lo supe con el pasar de los años.

Hoy me encuentro a mi mismo pretendiendo inútilmente empacar todo lo mío. Llevarme lo pertinente. Olvidando lo irrelevante. Me encuentro revisando el pasado guardado en una caja de cartón de hace cinco años. No quiero. Puedo. No logro. Empacar.

Estos cinco años han hecho demasiado en mi persona. Escribo en LaTex, no Word. Bebo stout y amber, no lager. Tengo una sustancial colección de chamarras de invierno, no de camisetas, tenis, o relojes de pulsera. No tengo auto. Camino o pedaleo de casa al trabajo. Y viceversa. He dejado el apriorismo por una historia menos fácil. La filosofía por un cuento más complejo.

Estos cinco años han dejado huella. Perdí a mis padres. Perdí a mi hermana. Perdí mi hogar. Perdí mi ciudad. Perdí la capacidad de sonreír sin culpa. Perdí la paciencia. Perdí.

Pero también, también, adquirí muchas cosas. Valor. Coraje. Un completo rechazo a la autoridad. Un radical disgusto a los fanatismos. Un escozor casi natural ante todo lo antinatural. Una fuente furibunda de motivación. Un estilo de vida distinto. Muebles, mesas, televisores, objetos, servicios, deudas, viajes, preguntas, dudas.

Descubrí a Catalina. Descubrí. Catalina.

Entendí que hay algo más que la amistad. Que mis cuatro amigos no son amigos, sino más.

Escucho otra música. Soy un adicto a la música. No logro pensar sin caminar. Bebo un litro de café al día. El gimnasio consume lo adquirido fusionándolo con lo perdido.

Me encuentro sentado contra el porche. De espaldas a él. La calle que me niego a ver sigue ahí. Escribo desde el piso. Observo el universo entero en que se han convertido estos años. Sobre el piso todo. Cuadernos, libros, artículos, cajas. Muñecas. Fotos.

Veo cómo lentamente me voy yendo.

Hace cinco años me fui de México sin saber lo que hacía. En unos días más me iré de Ann Arbor sin saber lo que hago. Antes sabía, si quiera, hacia dónde me dirigía. Ahora. Ahora me preocupa creer que lo sé. No hay tal cosa. Uno nunca sabe a dónde va.