En su nota de un viernes del 53, Gombrowicz confiesa: “Escribo este diario con desgana.” Su molestia hacia lo que habría de considerarse su obra mayor (i.e.,el Diario), es intrigante. La nota es explícitamente autobiográfica (a diferencia del resto, que sólo lo son de manera implícita). En tres cuartillas, Gombrowicz alcanza una meta seriamente complicada: presentarse a sí mismo en sus múltiples caras.
Comienza por quejarse del género mismo de un diario que, lejos de ser íntimo, se publica periódicamente. No hacen falta más de dos párrafos para descubrir que éste no es el problema. Lo incómodo, dice Gombrowicz, es que no haya una correspondencia entre “su” género creativo y el que ahora practica, i.e., un diario-periódico. Luego admite que, más bien, el problema radica en su incapacidad de encontrar una correspondencia entre el Gombrowicz creativo de “Cosmos” y “Ferdydurke” y el Gombrowicz confesor del “Diario”.
Pero no, éste tampoco es el problema. Después resulta que el problema radica en la falsa molestia del diario público. Gombrowicz quisiera dejar salir los sentimientos que guarda hacia sí mismo. Eso que otros, modestos falsos, llamarían “arrogancia”. La explosiva combinación de un diario público lo obliga a limitarse. Gombrowicz no puede pagarse a sí mismo lo que tanto se pide. Esto es molesto porque el artista tiene que ser, por naturaleza, pretensioso, porque, a fin de cuentas, “escribir no es otra cosa que una lucha llevada por el artista contra los demás por su propia celebridad..”
Pero éste no puede ser el problema. No hay impedimento alguno para quien quiera hacer de su diario, por público que sea, la más paradigmática ilustración del narcisismo. Gombrowicz bien podría mostrar sus pretenciones y su arrogancia. El problema, bien visto, es otro.
Un párrafo más tarde aparece la respuesta. “Al ponerme en evidencia deseo dejar de ser para ustedes un enigma demasiado fácil de descifrar.” Gombrowicz tiene miedo de ser comprendido. Eso es todo. Como si fuera poco. Y esto lo obliga a satisfacer sus sueños muy en su contra. Se muestra esquivo, inconsistente, complejo. Logra darse una imagen demasiado complicada de sí mismo. Prefiere ser leído con el misticismo de las obras de ficción, acaso tan sólo porque así (¿erróneamente?) se imagina cubierto, incomprensible, inalcanzable. ¡Cuánta arrogancia!
La escritura y el arte son pretensiosos, sin duda. Pero no más pretensiosos que cualquiera otro gran proyecto humano. Los creadores se dan en todo ámbito, desde las letras hasta la venta de chicles. La pretensión existe, cierto. Pero no tiene por qué ser una lucha por la cúspide, no tiene por qué ser la imposición de la celebridad propia. Ver así las cosas no es más que pervertir la naturaleza misma de la creación: satisfacer el vacío.
El ser humano, como tal, es creador. Lo es simplemente por naturaleza. Porque imagina y no sólo observa. Porque comprende y no sólo utiliza. Pero, principalmente, porque esa mezcla de consciencia, imaginación y memoria, lo cansan, lo aburren. El vacío es ontológico. Porque el mundo no está completo, creamos. Porque le hace falta eso mismo que estamos por hacer. Por eso creamos. Lo hicimos, lo hacemos y lo seguiremos haciendo sin importar si uno alcanza o no la celebridad.
No obstante, Gombrowicz tiene razón en algo. Esa peligrosa mezcla de imaginación y consciencia, impone límites a la creación. Comienza a crear y terminarás por reinventarte. Sucumbir, estrictamente hablando, es otra forma de la recreación. Y es que este género, el humano pues, “no se puede practicar a salto de mata, o los domingos y días festivos.”
Dice Gombrowicz, enderezando sus entuertos, que “no se puede ser una nulidad toda la semana para ponerse a existir el domingo.” Habrá que trabajar más en esto del aburrimiento.