En la península de Quebec los caribúes entregan su existencia a un viaje circular interminable. Año con año huyen hacia el Sur para resguardarse del invierno. Año con año vuelven hacia el Norte para conseguir mejor alimento. Nueve mil kilómetros de recorrido anual no han hecho mella en la tozudez del caribú. A la mitad del invierno se embarca en su regreso a las praderas nórdicas, sufriendo terribles pérdidas en el camino, para después de meses alcanzar la tierra prometida. Sólo unos días permanece en el paraíso. El viaje de regreso al sur tomará igualmente otros meses. Tiempo suficiente para azotar la tierra una vez más con un mortal invierno. En consecuencia, la vida del caribú se consume en el intento por realizar un viaje sin término que acaba inevitablemtne con su vida. En su búsqueda de la pradera verde los caribúes han decidido entregarse ala diáspora, satisfechos con unos instantes de pasto. Si no fuese porque lo consideramos un ser de poca imaginación, cualquiera diría que el caribú lleva una existencia inútil, mecánica y sin sentido.
Algo similar sucede con los políticos. Con la pequeña diferencia de que estos animales son racionales, supuestamente cuentan con la capacidad de imaginar y la facultad de determinar sus propios fines, sus propios sentidos. Lo que en el caso del caribú es justificable debido a una ausencia insalvable de capacidades cognitivas, en los políticos (presuntamente racionales) resulta imperdonable.
Los políticos de hoy han encontrado una manera sumamente abyecta de mantenerse en un estado parasitario. Han logrado, entre otras cosas, la creación de una clase política distinta dela clase alta adinerada, asentada en una base que se perpetúa a sí misma: la democracia electoral.
Los fanáticos de la democracia hoy día se han permitido creer que el estado actual es preferible y sumamente mejor a las monarquías y oligarquías de antaño. Lo cierto es que la elite de antaño recibe ahora el nombre de clase alta. Y que la clase política parasitaria es el engaño, el anzuelo que los demócratas se han tragado para creer que ya no son oligarquías ni monarquías las que imponen su destino a los demás sino una mítica representación política de unos en otros. Nadie parece notar, de entrada, la profunda inmoralidad que hay en la idea misma de que unos decidan por otros. La heteronomía era la divisa central de las tiranias y oligarquías de otros tiempos. Misma que constituye la moneda de cambio de nuestros días.
Los políticos pretenden convencer del altruismo inherente a sus metas. Se gobierna por los gobernados, según se dice. Pero más tardan en formular sus engañosas propuestas que uno en identificar el profundo engaño que traen consigo. Si los gobernantes lucharan por gobernar, entonces su andar de elección en elección, de campaña en campaña, y su afán por emplear el gobierno para mantenerse en campaña, resulta tan absurdo y estúpido como el viaje del caribú si el caribú tuviese acaso imaginación.
Más tardan los políticos en cabildear, gritar, escupir y engañar de lo que invierten en gobernar. Todos los puestos, que presuntamente habrían de ser un fin autodeterminado en la carrera de un político, se convierten en meros medios para seguir gritando, escupiendo y egañando. Seis años invertidos en el camino hacia la pradera de una diputación o senaduría, una gobernatura o jefatura de gobierno eincluso la presidencia, son útiles tan sólo para disfrutar de dos, tres y hasta cuatro semanas en el puesto. El resto, los otros cinco años con sus diez u once meses, se invierte en el inútil andar hacia la siguiente presidencia, las siguientes elecciones, la siguiente lucha por una pradera en la cual ya se está sin estar. La miopía, inconsciencia y avaricia hacen de toda meta política un medio y así a la política misma, sus sistema electoral y su democracia. Todo es un medio para seguir paracitando, cada vez más y con más saña.
No bien había recibido su constancia de jefe de gobierno electo Marcelo Ebrard – antes siquiera de que tomase posesión de un puesto al que supuestamente a buscado como un fin- los columnistas políticos lanzaron la conjetura al aire: ¿Será Ebrard el nuevo presidenciable de la izquierda? Aún no se termina una jornada electoral y el sistema electorero ya comienza a devorar la siguiente.
Cabe decir que, a diferencia de los caribúes, los políticos no se permiten, ni siquiera mínimanete, alcanzar los logros del andar del caribú. Mecánico, inútil y fallido como pueda resultarnos, el viaje del caribú le permite asegurar la subsistencia de sus congéneres. La idiotez, opulencia, abyección y miopía del sistema electoral mexicano no se permite, ni por asomo, el alcance de tan básica y darwiniana meta. Su estrechez de miras no le permite entender que más allá de su inmoralidad y parasitismo, de su cómoda existencia de lactante, lo que está logrando es su propia desaparición.
La democracia electoral está hecha con todos los mecanismos necesarios para perpetuarse a sí misma. Es tan inútil, sin embargo, que su mayor logro será su eliminación. Sigamos manteniendo a nuestros reyes políticos, completamente inútiles, completamente estultos. Que así nos podremos tranquilizar con la ilusión de que todos decidimos, todos gobernamos, todos iguales, racionales y respetables. Sigamos fantaseando, que así igual y resulta que nos duele menos. Pues como dicen por ahí, la ignorancia y su ceguera en no pocos casos resultan ser una bendición.
Saturday, August 12, 2006
Tuesday, August 08, 2006
Zapatero a tus zapatos
Estoy en la ciudad. La perspectiva es sumamente distinta. Contra lo que podría esperarse, todo se ha vuelto menos importante, menos constante, menos presente. La diferencia radica, creo, en la aceptación comunitaria de una situación como un hecho. El plantón es un hecho duro, como la lluvia, las inundaciones y el granizo. Nadie parece cuestionarlo. Unos porque han soslayado por completo sus capacidades cognitivas, otros porque han soslayado por completo su capacidad de asombro. Los más se encuentran en el medio, los más están simplemente cansados.
Me sorprendo a mi mismo en este ambiente de aceptación, en esta modorra cognitiva, tan cómoda y tan peligrosa. Me sorprendo simplemente aceptando, lentamente dejando ir, sin ira, sin molestia, sin preocupación. Hasta que algo surge una vez más, algo duro, algo central. Algo que le hace creer a uno que tiene eso que llaman ‘identidad personal’, algo que es necesario defender. Trataré de defender un cuento, entonces.
Éste se lo debo a René Drucker, Coordinador de Investigación Científica de la UNAM, quien hoy a tenido a bien publicar un texto panfletario de corto alcance y poco volumen en La Jornada (¿dónde más?). El texto comienza por curarse en salud con un título de esos que roban el aliento “La opinión de la razón o la razón de la opinión”. El autor pretende emplear nociones epistemológicas, sobre las cuales demuestra una absoluta incomprensión, para inferir una defensa de la exigencia recuentista pro AMLO. El razonamiento es absolutamente endeble, pero aun así digno de crítica por su avance novedoso: pretende tener autoridad en un tema por él desconocido.
Para muestra un botón. Parte de una definición de diccionario del término ‘opinión’ de la cual intuye que tiene mucho que ver con la razón. Lo que no nos dice, ni por asomo, es qué sea eso de razón. Emplea, para empezar, nociones completamente distintas: entiende razón a la vez como capacidad de argumentar y como ‘verdad’. Este uso por demás falaz de un mismo concepto termina por cerrarle el paso. Veamos, por ejemplo, el siguiente párrafo de Drucker.
“Por otro lado, nadie tiene la razón, pues si la tuviera, tendría la verdad en la mano, cosa imposible, pues la verdad absoluta no existe. Por lo tanto, todos los que expresamos nuestras razones simplemente tenemos una opinión acerca de algo. Sin embargo, existe duda sobre la nobleza de la segunda acepción de la razón y ésta es que manifiestó [sic] tal o cual opinión porque me mueven ciertas consideraciones (razones en el sentido de intereses) para expresarla.”
Primero, ‘nadie tiene la razón’ supongo que significa ‘nadie está en lo correcto’. Pero entonces, ni siquiera él está en lo correcto, a menos de que él tenga la razón absoluta sobre las razones, cosa dudosa. Lo cual es cosa buena, porque si la razón fuera cosa de tener verdades en la mano, cosas imposibles como él dice, y verdades absolutas, hace mucho que habríamos perecido en el proceso evolutivo. Puede verse, no sólo que su argumento está de cabeza y se autorefuta, sino que no entiende que hay una distinción muy importante entre razonar y expresar opiniones: la argumentación. Si hablamos como Drucker, sin tener la más remota sensibilidad o educación sobre lo que hablamos (i.e. meramente opinando), podemos echar por tierra la historia intelectual de un plumazo. Como Drucker que en este párrafo tan atractivo termina por refutar al realismo para dejarnos en un mano a mano irresoluble junto a Protágoras. Esto sorprende un poco porque Drucker dice ser científico. Supongo que no creerá, cuando hace ciencia, que sólo tiene opiniones y ya.
Drucker parece lanzarse sin más a una reforma de la epistemología contemporánea. Como quien da atole con el dedo, nos dice que sólo hay de dos sopas: la opinión que nunca tiene la verdad en la mano, porque es imposible, y la opinión que es mera expresión de consideraciones que como intereses nos mueven. Aquí es donde Drucker comete su segundo error: esas consideraciones no son meros intereses, son argumentaciones. Si hubiese leído un poco (quizás aunque sea un parrafito de Fodor) entendería que las capacidades cognitivas humanas se mueven guiadas por razones y creencias cuyo poder causal es suficiente para motivar psicológicamente al individuo lo cual termina en acciones : como el plantón.
Pero Drucker es incapaz de entender esto. Por eso mismo no resulta extraño que su pobrísimo panfleto esté tan alejado de una postura razonada y argumentada. Pasa, por ejemplo, de la descripción del estado mental de AMLO (aquí hubo un FRAUDE y no más) a la defensa de la resistencia civil desmedida. Veamos, por ejemplo, esta otra muestra de la gran capacidad raciocinante de Drucker:
“Visto así, dada la enorme injusticia, cualquier cosa que se haga es poco comparado con este enorme atentado a la justicia electoral y a la democracia. Esta piedra filosofal requiere que la fuerza del Estado se combata con acciones fuertes. Estas acciones sin duda afectarán a terceros. Muchos, incluyendo adeptos, consideran esto inadecuado; es su opinión y esgrimen sus razones. Por otro lado se argumenta que la inmensidad de la injusticia es tal que se justifica casi cualquier acción de resistencia civil. ¿Hay términos medios?, desde luego que no los hay.”
He aquí los errores u horrores, como se prefiera ver:
1) Se asume que hubo una injusticia. No se argumenta que hay tal.
2) Se asume una noción pueril de la justificación. Se dice que las reacciones ante una injusticia se justifican a partir del tamaño de la injusticia inicial. Algo así como lo que hacíamos mi hermana y yo cuando nos quitábamos las paletas a tirones de cabello y empujones.
3) Se asume también que hay algo así como un ‘injusticiómetro’. El tamaño de la injusticia es tal, se dice, que cualquier cosa es poco. Me pregunto si ‘cualquier cosa’ es realmente ‘cualquier cosa’. Temo que sí, pero temo también que eso incluye también crímenes y otras injusticias.
4) Se habla (sin reconocer) a opositores a esta visión pueril de la acción humana. Gente que, sensatamente, piensa que afectar a terceros es injustificable. Ante lo cual Drucker se da el lujo de meramente repetir su clamor dogmático: la injusticia es tal que todo se vale.
5) Y si nos preguntamos por otros rumbos de acción la respuesta de Drucker es un tapabocas, no un argumento: desde luego que no hay términos medios.
Estas palabras ‘desde luego que no hay términos medios’ son palabras dogmáticas, palabras inflexibles y autoritarias y peor aún, son palabras propias de quien ha perdido por completo la capacidad de imaginar, de quien ha dejado anquilosar su pensamiento y afirma, a pasos cada vez más seguros, que su postura es la correcta. Sea lo que sea, esta no es manera de argumentar.
Más adelante Drucker saca su estandarte, como Hidalgo a su virgencita:
“Yo no sé si el capital político de AMLO disminuya, como sugieren la mayoría de los que escriben en los medios, incluyendo algunos que apoyan su candidatura, pues ciertamente en los hechos la defensa de la piedra filosofal, o la lógica filósofo-política del fraude, se va perdiendo para muchos ante la inmediatez de la realidad cotidiana y las necesidades de la vida diaria.”
¿‘Piedra filosofal’ ‘lógica filosofo-política’? ¿De qué habla este señor? Parece incapaz de entender que su manera de afirmar y escribir son la más prístina muestra de aquello a lo que se opone el filosofar. Por otra parte, cabe reconocer que hay una lógica del fraude: se trata de conformar escenarios escépticos sin la más tenue exigencia de evidencia, repetir hasta la saciedad la tesis y terminar por inculcarla en los crédulos. Esta lógica no es novedosa. Su más ínclito defensor se llama Göbels, trabajó para Hitler y triunfó bajo la bandera de que una mentira dicha cien mil veces se vuelve verdad. El contador, por lo que veo, ya pasó las cien mil vueltas.
No vale la pena seguir mucho más con estas letras. No sólo por lo inútiles que son, sino por lo enclenques y desnutridas que están. Otro tipo de argumentos de Drucker pretender ser pragmáticos. Pero ni siquiera lo son en buena manera. Nos dice que la respuesta a simpatizantes de AMLO que rechazan el plantón es la siguiente: “¿qué es peor, un mes de incomodidades o seis años de un gobierno ilegítimo o, en el mejor de los casos, de dudosa legitimidad?” Nótese, para empezar, la astuta zorrería de cambiar nombres y emplear eufemismos: el plantón es una mera incomodidad, no es una injusticia para quienes pierden empleo, dinero y comida. No eso no es injusticia, pero no nos dice por qué. Sospecho que no lo es simplemente porque él la defiende. Cabría responder a Drucker con otra pregunta ¿Qué es preferible, tener la duda de fraude e injusticia sin más injusticias, sin más crímenes, sin más víctimas, o tener la duda junto con pérdidas millonarias, caos vial y privación del libre tránsito de las personas, tanto nacionales como extranjeros? A este momento la privación de la libertad ya llegó a las autopistas, espero sinceramente que no llegue a los aeropuertos.
Cerremos pues, con el botón dorado de la estultez argumental de Drucker. Su ultimo párrafo nos da esta línea redundante, plana e incapaz de leerse a sí misma:
“Yo no sé si hubo fraude o no en el sentido de tener pruebas contundentes en la mano, pero tampoco sé si no lo hubo, pues tampoco están las pruebas. Lo que es evidente, y no es opinión, es que hay suficientes anomalías, irregularidades y dudas acerca de la elección, que bien hubiera valido que el TEPJF decidiera contar todos los votos.”
Cuando uno afirma que no sabe si hubo tal cosa o no, en cualquier sentido, está ya afirmando que tampoco sabe si no hubo tal cosa. Esa es la función de la frase ‘si hubo tal cosa o no’. Drucker es incapaz de entender esto. Por eso nos vuelve a decir, a ver si ahora lo entendemos, que tampoco sabe si no lo hubo. Y luego se contradice tenuemente, pues aunque acepta que no hay pruebas del fraude, lo cual es necesario para que el TEPJF cuente todos los votos, dice que es ‘evidente’ (i.e. hay evidencia, sino qué significa ‘evidente’) que hay suficientes anomalías para el recuento. Si hay evidencia que hubiera valido el recuento, querido señor Drucker, entonces hay evidencia contundente de que hubo fraude. Pero como usted afirma que no sabe, porque no hay evidencia contundente, entonces no le haremos caso al final de su párrafo.
Sería util que todos nos instruyéramos con algunas clases de epistemología y Lógica en la Facultad de Filosofía y Letras. A ver si así, en la expresión de nuestras opiniones, somos capaces de escribir, pensar y argumentar sin cometer falacias a cada paso. Mientras no hagamos esto, por qué no seguir el sano camino de quien se limita a hablar de lo que conoce. ¿Por qué no volver, como zapatero, a sus zapatos?
Me sorprendo a mi mismo en este ambiente de aceptación, en esta modorra cognitiva, tan cómoda y tan peligrosa. Me sorprendo simplemente aceptando, lentamente dejando ir, sin ira, sin molestia, sin preocupación. Hasta que algo surge una vez más, algo duro, algo central. Algo que le hace creer a uno que tiene eso que llaman ‘identidad personal’, algo que es necesario defender. Trataré de defender un cuento, entonces.
Éste se lo debo a René Drucker, Coordinador de Investigación Científica de la UNAM, quien hoy a tenido a bien publicar un texto panfletario de corto alcance y poco volumen en La Jornada (¿dónde más?). El texto comienza por curarse en salud con un título de esos que roban el aliento “La opinión de la razón o la razón de la opinión”. El autor pretende emplear nociones epistemológicas, sobre las cuales demuestra una absoluta incomprensión, para inferir una defensa de la exigencia recuentista pro AMLO. El razonamiento es absolutamente endeble, pero aun así digno de crítica por su avance novedoso: pretende tener autoridad en un tema por él desconocido.
Para muestra un botón. Parte de una definición de diccionario del término ‘opinión’ de la cual intuye que tiene mucho que ver con la razón. Lo que no nos dice, ni por asomo, es qué sea eso de razón. Emplea, para empezar, nociones completamente distintas: entiende razón a la vez como capacidad de argumentar y como ‘verdad’. Este uso por demás falaz de un mismo concepto termina por cerrarle el paso. Veamos, por ejemplo, el siguiente párrafo de Drucker.
“Por otro lado, nadie tiene la razón, pues si la tuviera, tendría la verdad en la mano, cosa imposible, pues la verdad absoluta no existe. Por lo tanto, todos los que expresamos nuestras razones simplemente tenemos una opinión acerca de algo. Sin embargo, existe duda sobre la nobleza de la segunda acepción de la razón y ésta es que manifiestó [sic] tal o cual opinión porque me mueven ciertas consideraciones (razones en el sentido de intereses) para expresarla.”
Primero, ‘nadie tiene la razón’ supongo que significa ‘nadie está en lo correcto’. Pero entonces, ni siquiera él está en lo correcto, a menos de que él tenga la razón absoluta sobre las razones, cosa dudosa. Lo cual es cosa buena, porque si la razón fuera cosa de tener verdades en la mano, cosas imposibles como él dice, y verdades absolutas, hace mucho que habríamos perecido en el proceso evolutivo. Puede verse, no sólo que su argumento está de cabeza y se autorefuta, sino que no entiende que hay una distinción muy importante entre razonar y expresar opiniones: la argumentación. Si hablamos como Drucker, sin tener la más remota sensibilidad o educación sobre lo que hablamos (i.e. meramente opinando), podemos echar por tierra la historia intelectual de un plumazo. Como Drucker que en este párrafo tan atractivo termina por refutar al realismo para dejarnos en un mano a mano irresoluble junto a Protágoras. Esto sorprende un poco porque Drucker dice ser científico. Supongo que no creerá, cuando hace ciencia, que sólo tiene opiniones y ya.
Drucker parece lanzarse sin más a una reforma de la epistemología contemporánea. Como quien da atole con el dedo, nos dice que sólo hay de dos sopas: la opinión que nunca tiene la verdad en la mano, porque es imposible, y la opinión que es mera expresión de consideraciones que como intereses nos mueven. Aquí es donde Drucker comete su segundo error: esas consideraciones no son meros intereses, son argumentaciones. Si hubiese leído un poco (quizás aunque sea un parrafito de Fodor) entendería que las capacidades cognitivas humanas se mueven guiadas por razones y creencias cuyo poder causal es suficiente para motivar psicológicamente al individuo lo cual termina en acciones : como el plantón.
Pero Drucker es incapaz de entender esto. Por eso mismo no resulta extraño que su pobrísimo panfleto esté tan alejado de una postura razonada y argumentada. Pasa, por ejemplo, de la descripción del estado mental de AMLO (aquí hubo un FRAUDE y no más) a la defensa de la resistencia civil desmedida. Veamos, por ejemplo, esta otra muestra de la gran capacidad raciocinante de Drucker:
“Visto así, dada la enorme injusticia, cualquier cosa que se haga es poco comparado con este enorme atentado a la justicia electoral y a la democracia. Esta piedra filosofal requiere que la fuerza del Estado se combata con acciones fuertes. Estas acciones sin duda afectarán a terceros. Muchos, incluyendo adeptos, consideran esto inadecuado; es su opinión y esgrimen sus razones. Por otro lado se argumenta que la inmensidad de la injusticia es tal que se justifica casi cualquier acción de resistencia civil. ¿Hay términos medios?, desde luego que no los hay.”
He aquí los errores u horrores, como se prefiera ver:
1) Se asume que hubo una injusticia. No se argumenta que hay tal.
2) Se asume una noción pueril de la justificación. Se dice que las reacciones ante una injusticia se justifican a partir del tamaño de la injusticia inicial. Algo así como lo que hacíamos mi hermana y yo cuando nos quitábamos las paletas a tirones de cabello y empujones.
3) Se asume también que hay algo así como un ‘injusticiómetro’. El tamaño de la injusticia es tal, se dice, que cualquier cosa es poco. Me pregunto si ‘cualquier cosa’ es realmente ‘cualquier cosa’. Temo que sí, pero temo también que eso incluye también crímenes y otras injusticias.
4) Se habla (sin reconocer) a opositores a esta visión pueril de la acción humana. Gente que, sensatamente, piensa que afectar a terceros es injustificable. Ante lo cual Drucker se da el lujo de meramente repetir su clamor dogmático: la injusticia es tal que todo se vale.
5) Y si nos preguntamos por otros rumbos de acción la respuesta de Drucker es un tapabocas, no un argumento: desde luego que no hay términos medios.
Estas palabras ‘desde luego que no hay términos medios’ son palabras dogmáticas, palabras inflexibles y autoritarias y peor aún, son palabras propias de quien ha perdido por completo la capacidad de imaginar, de quien ha dejado anquilosar su pensamiento y afirma, a pasos cada vez más seguros, que su postura es la correcta. Sea lo que sea, esta no es manera de argumentar.
Más adelante Drucker saca su estandarte, como Hidalgo a su virgencita:
“Yo no sé si el capital político de AMLO disminuya, como sugieren la mayoría de los que escriben en los medios, incluyendo algunos que apoyan su candidatura, pues ciertamente en los hechos la defensa de la piedra filosofal, o la lógica filósofo-política del fraude, se va perdiendo para muchos ante la inmediatez de la realidad cotidiana y las necesidades de la vida diaria.”
¿‘Piedra filosofal’ ‘lógica filosofo-política’? ¿De qué habla este señor? Parece incapaz de entender que su manera de afirmar y escribir son la más prístina muestra de aquello a lo que se opone el filosofar. Por otra parte, cabe reconocer que hay una lógica del fraude: se trata de conformar escenarios escépticos sin la más tenue exigencia de evidencia, repetir hasta la saciedad la tesis y terminar por inculcarla en los crédulos. Esta lógica no es novedosa. Su más ínclito defensor se llama Göbels, trabajó para Hitler y triunfó bajo la bandera de que una mentira dicha cien mil veces se vuelve verdad. El contador, por lo que veo, ya pasó las cien mil vueltas.
No vale la pena seguir mucho más con estas letras. No sólo por lo inútiles que son, sino por lo enclenques y desnutridas que están. Otro tipo de argumentos de Drucker pretender ser pragmáticos. Pero ni siquiera lo son en buena manera. Nos dice que la respuesta a simpatizantes de AMLO que rechazan el plantón es la siguiente: “¿qué es peor, un mes de incomodidades o seis años de un gobierno ilegítimo o, en el mejor de los casos, de dudosa legitimidad?” Nótese, para empezar, la astuta zorrería de cambiar nombres y emplear eufemismos: el plantón es una mera incomodidad, no es una injusticia para quienes pierden empleo, dinero y comida. No eso no es injusticia, pero no nos dice por qué. Sospecho que no lo es simplemente porque él la defiende. Cabría responder a Drucker con otra pregunta ¿Qué es preferible, tener la duda de fraude e injusticia sin más injusticias, sin más crímenes, sin más víctimas, o tener la duda junto con pérdidas millonarias, caos vial y privación del libre tránsito de las personas, tanto nacionales como extranjeros? A este momento la privación de la libertad ya llegó a las autopistas, espero sinceramente que no llegue a los aeropuertos.
Cerremos pues, con el botón dorado de la estultez argumental de Drucker. Su ultimo párrafo nos da esta línea redundante, plana e incapaz de leerse a sí misma:
“Yo no sé si hubo fraude o no en el sentido de tener pruebas contundentes en la mano, pero tampoco sé si no lo hubo, pues tampoco están las pruebas. Lo que es evidente, y no es opinión, es que hay suficientes anomalías, irregularidades y dudas acerca de la elección, que bien hubiera valido que el TEPJF decidiera contar todos los votos.”
Cuando uno afirma que no sabe si hubo tal cosa o no, en cualquier sentido, está ya afirmando que tampoco sabe si no hubo tal cosa. Esa es la función de la frase ‘si hubo tal cosa o no’. Drucker es incapaz de entender esto. Por eso nos vuelve a decir, a ver si ahora lo entendemos, que tampoco sabe si no lo hubo. Y luego se contradice tenuemente, pues aunque acepta que no hay pruebas del fraude, lo cual es necesario para que el TEPJF cuente todos los votos, dice que es ‘evidente’ (i.e. hay evidencia, sino qué significa ‘evidente’) que hay suficientes anomalías para el recuento. Si hay evidencia que hubiera valido el recuento, querido señor Drucker, entonces hay evidencia contundente de que hubo fraude. Pero como usted afirma que no sabe, porque no hay evidencia contundente, entonces no le haremos caso al final de su párrafo.
Sería util que todos nos instruyéramos con algunas clases de epistemología y Lógica en la Facultad de Filosofía y Letras. A ver si así, en la expresión de nuestras opiniones, somos capaces de escribir, pensar y argumentar sin cometer falacias a cada paso. Mientras no hagamos esto, por qué no seguir el sano camino de quien se limita a hablar de lo que conoce. ¿Por qué no volver, como zapatero, a sus zapatos?
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