Patio Colegiales, Buenos Aires, Julio, 2014 |
Me topo con una tercera edición disitnta, de las muchas que habrá, de Rayuela. Hace quince años descubrí la primera y hace ocho la última que leí antes de ésta. El libro muta conmigo y yo con él. Y aún así sus letras son las mismas. Letras que insisten que las letras no son nada, ni siquiera fantasía, sino recreación de una manera de existir, la denuncia de una forma traicionera de andar, una confesión de humanidad que no puede sino engañarse constantemente, que no se permite simplemente percibir, respirar, caminar.
"¿Por qué entregarse a la Gran Costumbre? Se puede elegir la tura, la invención. Así es como Buenos Aires nos destruye despacio, deliciosamente, triturándonos entre flores viejas y manteles de papel con manchas de vino, con su fuego sin color que corre al anochecer saliendo de los portales carcomidos. Nos arde un fuego inventado, una incandescente tura, un artilugio de la raza, una ciudad que es el Gran Tornillo, la horrible aguja con su ojo nocturno por donde corre el hilo del sena, máquina de torturas como puntillas, agonía en una jaula atestada de golondrinas enfurecidas. Ardemos en nuestra obra, fabuloso honor mortal, alto desafío del fénix. Inventamos nuestro incendio, ardemos de dentro afuera, quizá eso sea la elección, quizá las palabras envuelvan esto como servilleta el pan y dentro esté la fragancia, la harina esponjándose,..."
El secreto del tornillo empieza a disiparse cuando uno deja de pensar que hay un secreto del tornillo.