A Catalina Pereda
Sentado, como nunca. Escuchando ese cuarteto, una vez más.
Por caminos desconocidos, hace unos días fui al mar. Es fácil confundirse en él. Sus medidas conceden demasiado. Poetas y sensatos. Sensibles y distraídos. Todos lo hablan, lo imaginan, lo usan para aprender y enseñar. De pronto todo es como el mar. Todo se rompe y todo se une. Todo va y viene. Todo temporal. Todo agitado. Todo imparable. Es fácil. A veces, demasiado fácil. El mar.
Como siempre, pretendí aprehender el mar. Hace unos días. Como nunca, me encontré pretendiendo aprehender al mar. Dejemos la falsa distancia de una buena vez. Me encontré aprehendiendo el mar. Doblando, absorbiendo, estirando, rompiendo, comparando el mar. Y en ese ir y venir de mi necia manía encontré mis hábitos, mis manías, mis miedos, mi estupidez jugando a ser mar y dejándose aprehender.
Se me ocurrió, sin siquiera darle mucho seguimiento, que no se trata del mar. Pero que tampoco se trata del pavimento, ni de la ciudad. Mucho menos de los otros, del grupo, de la sociedad. El mar, la ciudad, los otros, sólo muerde, asfixia, amedrenta a quien teme ser mordido, asfixiado. En sentido estricto, el mar es tan peligroso como una bicicleta. Son pocos los (in)sensatos que temen pedalear. Hemos hecho un monstruo del mar.
¿De dónde viene esta necesidad de temer? ¿Cuándo fue que inventamos el mar?
Para mí que el mar no es más que un ejército de timoratos que reculan incesantemente ante la posibilidad de no abarcar, de no cubrir, de no ser más un grande e imponente mar. Para mí que el mar son mares que uno inventa. Continuamente. Frente al torpe e impotente mar. Mar, mares. Mujer, hombre. Familia. Amigos. Mares. Mar.
Sospecho, fuertemente, que no hay mar.
Sentado como nunca, desde el altiplano, veo lentamente cómo observo al mar. Vuelvo, una vez más, incansablemente, a los mares de mi corta vida. Noto, con extrañeza y la esperanza de tranquilidad, que esos mares no cambian, ni se inmutan, no sufren, no matan, no lloran, no temen, no esperan. Son mar.
Dejémonos ya de mares. Olvidemos la mar.
Mar, mares. Invenciones, miedos, sueños, deseos. Sabemos hacerlos. Pero no los sabemos parar. Nadie sabe bien a bien cómo poner marcha atrás la maquinaria. ¿Cómo desinventar un fallo? ¿Cómo secar la mar?