Recién vi “el arco”, película reciente de Kim-Ki-Duk, cineasta koreano, afamado, mundialmente distribuido, inicialmente por sus glorias, recientemente por sus vergüenzas.
“El arco” resultó ser una pobrísima realización de una paupérrima idea que parece haber surgido de una muy desnutrida, quizás desgastada, imaginación. Y esto tiene más fuerza, quizás, por la literalidad del asunto. La multiplicidad de la imagen es paupérrima. Siempre ve uno el mismo barco en el mismo punto, a la misma hora, de lo que parece ser un mismo días que se repite hasta el cansancio. Hay una sola idea aquí: un anciano pescador, versado en el uso del arco, retiene día con día a una niña que se ha vuelto mujer consigo en alta mar.
Corrijo. Tal no puede ser la idea, pues parece interesante. Lo único que presenta el autor es a la misma mujer con el mismo anciano haciendo lo mismo todos los días. Cabe decir que los únicos diálogos son visuales, así que esta inanición de imágenes hace de la narración una suerte de repetición ad nauseam de una simple y sencilla imagen: el arquero protegiendo a su mujer del interés de los visitantes. Hay visitantes, porque el anciano sobrevive de llevarlos a su barco, a pescar, día con día. Los visitantes, constantemente, acosan a la mujer, justificando así la existencia misma del título y, eventualmente, la película misma: el anciano emplea el arco para defender lo suyo.
Es evidente que las ideas estaban escasas por la exagerada presencia del arco: no importan cuanto acosen a la mujer, o cuanto golpeen al anciano, los visitantes siguen llegando, el arco se sigue esgrimiendo y las flechas siguen volando. Más que una película, “el arco” es la repetición cíclica de cuatro o cinco cortometrajes que presenta exactamente la misma idea, con los mismos recursos visuales y los mismos errores narrativos.
Porque hay muchos. El arco no es sólo instrumento de ataque y defensa, también es un instrumento musical. Cada tanto, cuando el director parecía enfadarse él mismo con su tediosa idea, el anciano toca el arco. Mágicamente lo acompañan dos o tres instrumentos de cuerda que no existen en la imagen. Como esas orquestas que acompañan a los personajes centrales de las inanes películas californianas, aquellas en donde, de pronto, sin justificación alguna, un réquiem completo acompaña al desgraciado personaje colina abajo. Si la meta era embellecer la narración con un poco de música nostálgica, el resultado fue contraproducente: lo único que saca a relucir es la escasez de ideas narrativas del autor.
El final, como lo demás, no podía dejar de ser completamente ridículo: la mujer al fin deja al anciano a manos de un joven apuesto, pero el proceso tiene que ser complicado (por supuesto) y príncipe azul termina por esperarla a lo lejos en un barco. Entretanto, el anciano se casa con su niña, se desviste y, tras quedar en ropa literalmente interior, comienza a tocar el arco. La mujer duerme hasta que su barco, mágicamente de nuevo, encuentra al de su príncipe azul. Mientras tanto el cuerpo sufre espasmos de tipo orgásmico. La niña se ha vuelto mujer con el arco. Sus caderas se mueven arriba abajo. Está teniendo sexo con el aire húmedo del mar. No se masturba, sigue dormida, sólo imagina. Mágicamente cae la última flecha entre sus piernas. Es el anciano que ha venido a cobrar su virginidad. La sangre nos permite confirmar que esta película es una porquería.
Kim-Ki-Duk es un gran cineasta. Tiene películas muy bien narradas, con muchas ideas, muchas tesis, conflictos. “Las estaciones de la vida” es una de ellas. “El arco” no sólo es muestra de que todo buen creador se permite el lujo de ser simplista, de entregarse por completo, de pechito, a la fiaca mental, al quehacer licencioso que no reconoce sus límites, a la creación negligente, irresponsable. Tristemente, esta película también es muestra de algo más: que los grandes autores también se permiten la arrogancia de pensar que la gente, esos, son tan nimios, tan descerebrados, que un trabajo licencioso y negligente puede alimentar su imaginación.
Se entiende, pues, que una tarde de domingo se le haya ocurrido hacer esta porquería. No se entiende, ni se permite, que se le haya ocurrido distribuirla al mundo entero, como si de algo decente se tratara. Así las cosas, tengo la ingrata impresión de que “el arco” es el resultado de una imaginación desgastada y una metacognición desnutrida, tan desnutrida que es incapaz de reconocer que su propia imaginación no funciona del todo bien. Recomiendo tomar vacaciones hasta que realmente se tengan ganas de trabajar.