Saturday, May 27, 2006
Ein andere sagt: “Idioten gibt es überall.”
Llevo ya algunos días tratando de expresarme al respecto. No lograba encontrar el momento ni la sensación apropiados para hacerlo. Creo que la historia se ha apilado ya demasiado, suficiente. No hay necesidad de seguir esperando.
Estoy escuchando un disco de “Bocafloja”. La voz principal dice ser de un hombre crítico y autocrítico. Su línea es clara: “exterminio en tiempos de blanquitud globalizada” y “miles vale tu bronceado cuando miles son los que te sirven” son frases comunes en su discurso. Claramente, digo, se mezclan los colores con los niveles sociales. Lo que no es claro es ¿Por qué? Después caigo en la cuenta, una frase más lo aclara todo: “es el calor de la gente el que me mantiene, es el color de mi piel el que me sostiene”. Racismo.
Hace unos días leía “Der Spiegel” en línea. Un pequeño artículo llamaba mi atención, se titulaba “Rassismus in Deutschland”. Alemania comienza a cubrirse poco a poco, una vez más, de banderas nazis. En este país del primer mundo, padre de la Unión Europea, de grandes personas, grandes pensadores y grandes desastres, parece caer una vez más en un denso charco, cuando menos. El artículo se enfocaba particularmente en Potsdam, un pequeño poblado a las afueras de Berlín, famoso por resguardar el castillo de San Soussi, uno de tantos de los castillos de Federico el Grande, monarca prusiano a quien Kant tan vehementemente dedica su obra crítica. Ahí, en ese pequeño pueblo como muchos otros del sur y este de Alemania, comienza a crecer esa forma cobarde de identidad que llamamos ‘neonazismo’.
Este año tendrá lugar el Campeonato Mundial de Futbol en Alemania. El espectáculo se ha convertido, entre otras cosas, en una de las manifestaciones más explícitas de nacionalismo. Como cualquier otro equipo participante, los alemanes tienen ya listo su orgullo, sus banderas y sus estampas. El gobierno alemán se ha dedicado a fomentar la emoción: el financiamiento cultural está limitado a temas relacionados con la Copa del Mundo. Las demás personas que habitan este país y que no gustan ni del futbol ni del nacionalismo están justificadamente molestos.
Ayer, viernes 26 de mayo de 2006, fue inaugurada la que quizás sea la última gran obra alemana antes del comienzo de la Copa del mundo: la estación central de Berlin. Berlin contaba ya con tres grandes estaciones, Ostbahnhof, Friedrichstraße y Zoologischergarten. Hacía falta una más: la Hauptbahnhof; ahora ya la tienen, ahora Berlin es ya una ciudad propiamente alemana. La estación está en el corazón de la ciuad y permitirá pasear a los miles o millones de visitantes que la ciudad tendrá durante las próximas semanas. La canciller Merkel inauguró la obra. La empresa que controla los trenes locales ofreció viajes gratis en el Straßenbahn para celebrar. Hubo fiestas y, como siempre en Berlin, mucho alcohol.
Hoy el Spiegel presenta una noticia alarmante de manera tranquilizadora: al termino dela inauguración de la estación central un jóven de 16 años de edad apuñaló a veintiocho personas, hombres y mujeres por igual, que se encontraban en su camino de regreso a casa. Los veintiocho están en el hospital. La policía afirmó lo siguiente ante reporteros del diario alemán: que el jóven es de Neuköln, barrio ubicado al extremo sureste de la ciudad; que no tiene historial de migración; y que han excluído la posibilidad de que haya motivaciones de ultraderecha en el accionar del joven. El padre del joven dice no entender más al mundo (“Der Vater des Teenagers versteht die Welt nicht mehr”); una anciana afirmó “El cielo sabrá lo que este jóven traía entre manos” ("Weiß der Himmel, was den jungen Mann zu der Tat bewegt hat"); un hombre que pasaba por el lugar dijo con un tono de tranquilidad que “éstas cosas pasan en todo momento y lugar” ("leider jederzeit und an jedem Ort passieren").
Creo que todos hemos pasado por estos estadíos. Primero, el mundo resulta incomprensible: ¿por qué hay racismo? Cuando uno viaja a una ciudad no familiar con cierto tiempo parar recorrer sus calles, es informado de los lugares a los que debe ir. Uno jamás se entera de los lugares a los no tiene mucho caso ir. Pero casi siempre es informado de los lugares a los que uno no debe ir. El barrio de Neuköln en Berlin es uno de ellos. Neuköln, se sabe, es un barrio neonazi. Esto explica, entre otras maneras, la idiotez policial alemana al informar, primero, que el criminal viene de un barrio neonazi y que carece de historial migratorio (jamás, en mi corta vida, había yo escuchado que el historial migratorio de alguien fuese relevante para justificar o explicar sus acciones) para después sostener con vehemencia que el crimen no tienen nada que ver con la ultraderecha. El mundo no tiene sentido, o no parece tener mucho.
Pero después lo entendemos un poco. La policía alemana sabe muy bien que hay un gran número de crímenes de orígen racial en este país y que Berlín no es la excepción. Sin embargo, el más grande espectáculo nacionalista está por tener lugar en Alemania. Lo mejor será resguardar un poco la imagen, las apariencias. Berlin es multicultural, sí, pero no por ser plural sino por ser multi-intransigente: desde lo más estupido – como mi cabellera que recibe críticas y vítores de ancianos y jóvenes – hasta lo más peligroso – como el color de piel. Pero hay que quedarse con lo “multi”, al menos hasta que termine el mundial.
Entonces, dada la falta de explicación, la gente ocurre al cielo. Desde Wenders hasta los más jóvenes, todos decididamente culpamos al cielo: sólo el sabrá porque la gente hace lo que hace. O así parece. Lo cierto es que no sólo el cielo lo sabe. También nosotros lo sabemos, desde Hegel y probablemente mucho antes. Lo que uno hace con el mundo y lo que uno cree ser en el mundo son dos caras de una misma moneda. La identidad personal se determina por el grupo social. Al ser humano se le dice qué es él, qué debe hacer él y cómo. En Neuköln la gente se cree neonazi, actúa como neonazi y quiere un mundo neonazi. De entre todos los demás animales el primate humano está dotado de una sobresaliente capacidad de imitación. El mundo termina por ser menos sorprendente de lo que uno creía: no muchos motivos escondidos, sólo hay costumbres, cultura y un poco de educación de vez en cuando. No es necesario acudir al cielo para entender. Más bien, es esa actitud teológica la que nos ha impedido entender lo que pasa en la tierra: la gente no sabe que la identidad personal y cultural son siemrpe, inevitablemente, xenófobas (de otra manera no funcionarían); pero también que hay algo así como “inteligencia” que nos permite entender este mecanismo y contravenirlo, subvertirlo, desplazarlo.
Ciertamente, estas cosas pasan en todo momento y todo lugar. Pero eso no es consuelo. Mucho menos en tiempos nacionalistas de mundial. El que pasen en todo momento y todo lugar determina la extensión de nuestra labor de limpieza y reflexión y no el peso de nuestra aceptación o la medida de nuestra frustración.
Lo que sucede, como dijo otra persona al pasar, es que los idiotas se dan en todos lugares. Su propagación, como los parásitos y los hongos, es cosmopolita y acelerada. Pero cuidado, lo que hay que eliminar es la idiotez y no al idiota. No hay que ser idiotas!
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