Es difícil pensar cuando uno está triste. Los ojos se cierran. Las rodillas se doblan. Los brazos se cruzan. La furia se muestra. La duda aparece. Los ojos no miran. Las manos no sienten. La esquina se vuelve casa. Los perros te miran. Los perros te buscan. Los perros te sienten. No hay nadie más en casa. No hay nadie en casa. No hay ojos, ni rodillas, ni brazos ni manos, ni fuerza, ni andar. Por eso es difícil pensar cuando uno está triste.
Pensar presupone ojos que miran, pies que andan, rodillas que aseguran, brazos que esquivan, manos que toman, manos que sienten, manos que reconocen, miradas que identifican, ideas que atrapan. Por eso es difícil pensar sin miradas, sin pies, sin rodillas, sin manos. Pero sobre todo es difícil pensar sin esa furia controlada que todo lo mueve. Esa furia que escribe con fuerza, que piensa con certeza, que destruye los temores, que avanza sin dudar, que no voltea más atrás. Esa furia convertida en poder, en camino, en arribo, en mar, en ruedas. Esa furia se redirige cuando uno está triste, se va hacia dentro, se autoconsume, busca eliminarse porque se piensa la fuente misma del dolor. No sabe que no es más que miedo. Miedo a no ser más que sólo furia. Miedo a no ser más que sí misma. Miedo a reconocer que en efecto no hay nada más que eso. No hay nadie en casa. Por eso es difícil pensar cuando uno está triste.
Por eso es mejor pensar cuando uno está triste. Para redirigir la furia. Para recuperar las manos y las rodillas. Para salir y andar. Para pisar y dejar atrás. Para irse. Para estar. Para salir de la autocomplacencia, del pantano narcicista que nos convierte en centro de toda destrucción y toda injusticia. Para dejar de cubrirse de caricias propias como si fueran mierda. Para dejar de buscar el trono del triste. Para forjar la poca libertad que le queda auno. Para alimentar la voluntad y no subyugarla. Para escupir con fuerza y aprender sin miedo. Para que uno sepa de una buena vez que no es uno pieza central de ningún tablero. Para reconocer que nada ni nadie piensa en uno, menos aún en abandonarlo a uno. Para mirarse en el espejo del mundo y seguir. Seguir. Seguir.
Es difícil pensar cuando uno está triste. Se pierde la fuerza. Por eso es mejor pensar cuando uno está triste. Para recuperar la furia misma que lo tiene aquí.