Tuesday, July 17, 2018

Avances

El camino no cambia. Nunca. Siempre está ahí, de frente y atrás. Andar tampoco cambia. Siempre exige el mismo movimiento mecánico, comenzando siempre por una pierna que desafía a la gravedad mientras la otra acompaña buscando el equilibro. Siempre continua con un talón que hace tierra mientras otro despega. Y siempre termina igual, con los pies en algún sitio que difiere de aquel donde ponemos la cabeza. El viento siempre está o pasa, lo mismo el sol, la lluvia y el tiempo.

Pero aún así hay avances. Y no porque uno se mueva, sino porque uno entiende, después de mucho retorcerse ante el dolor y la angustia, después de mucho llorar hasta la deshidratación, después de mucho apretar el puño consiguiendo poco más que el cansancio y la extenuación, uno entiende, digo, que nada cambia. El camino sigue ahí y para andarlo no hace falta cambiar.

Y en eso precisamente consiste el avance. Consiste en pensar, al borde del llanto desprotegido, con el puño en ciernes y el dolor recorriendo el pecho, que todo habrá de seguir siempre avanzando por el mismo camino. Que no importa cuánto se llore o cuánto se apriete el puño, el camino sigue estando ahí en frente (y atrás) y uno sigue aquí, parado al centro pensando que se puede estar al borde sin estarlo.

Y así uno avanza, resistiendo al mundo al desistir de uno mismo. Y así es como se llega a la simple conclusión de que uno avanza no para llegar a algún punto en el camino. No. Uno avanza porque recién después de mucho andar, después de tanta rabia y dolor, después de tanta vuelta, recién ahí uno comienza a entender que de lo único que se trata es de avanzar y que el camino sigue estando ahí, de frente y atrás y sin saber a dónde vas.